May 09, 2006

Seidici

Siempre he sabido que el tiempo es incontrolable, sin embargo esta vez ha ido más rápido que mi propia sangre y ese beso aquel está una semana atrás que la memoria de su saber. Al final de todo, tengo los pasos desgastados, las manos sucias y los ojos secos de tanto observarla. Ha salido dos veces del edificio, una hace tres días y la otra, ahora. Ya no tengo nada que perder y extraño el olor a mi departamento, no quiero más moteles y cuerpos de los cuales ni el nombre supe; no quiero vagar más, no quiero perderme.

Camino desde la esquina opuesta al edificio por la vereda de en frente, asegurándome que ella hubiese desaparecido. Una vez frente a la enorme puerta de vidrio, cruzo la calle desierta y me abalanzo con ímpetu hacia el interior, con la adrenalina al tope de desbordarse por mis poros. Subo por las escaleras, jamás me han gustado los ascensores; hurgo las llaves en los bolsillos de mi abrigo y entro al departamento.
Huele a mí, a ella, a nosotras. No ha traído a nadie aquí, lo sabían mis ojos, pero necesitaba comprobarlo con mi cuerpo completo. La sala de estar está intacta, la cocina también. Entro a la habitación y me encuentro con que ha estado durmiendo sobre el cubrecama cubierta con su frazada favorita. Me siento un momento y abrazo esa manta tan gruesa que me acalora inmensamente con sólo mirarla; está cargada con su perfume que me trastorna, que es dulce lo justo y necesario, sin relajar mis sentidos para hostigarlos.

Quizás tenga tiempo para darme un baño, siento que apesto a olores extraños que no quiero que huela en mi.
Me desnudo rápidamente y entro a la ducha. La sensación del agua escurrir sobre mi me obliga a pensar que lavo mi alma, que todo mi pasado se va junto con ella acueducto abajo y que podría ser que quede digna de tener una respuesta de su parte. Esa respuesta a la interrogante que he querido preguntarle hace días.
Corto el agua, cojo una toalla, me seco con frenesí. Ya no existe tiempo para peinarme. Me visto nuevamente, con ropas limpias, con ropas que me hagan parecer niño otra vez. Busco la venda entre los cajones pero no la encuentro por ninguna parte, corro a la habitación y la encuentro debajo de mi almohada. Mi mente no alcanza a mecanizar una pregunta, tan sólo envuelvo la tela en mi cuerpo como la primera vez.
Me miro en el espejo y por primera vez me siento atractiva. Escucho la puerta.

Me asomo en el pasillo y ella está de pie, dejando unas cosas en el mesón de la cocina. Mi garganta está anudada, pero al moverme, nota mi presencia y las llaves se deslizan de su mano, cayendo al piso con un ruido sordo. Camino, descalza, hacia ella y nos enfrentamos con un silencio abismal, de esos donde yo sé que puedo salir tan cual entre, vacía, sin nada.

-Hola… - mi voz es calmada y no logro creerle, pues mi corazón va a una velocidad olímpica dentro de mi pecho.

No me dice nada. Inspecciona mi cuerpo, mi pelo, mis ojos, mi piel, mis labios. Mis manos y los dedos desnudos de mis pies asomados bajo el filo del los pantalones. Alza una mano y acaricia mi mejilla con una sutileza desgarradora. No me sonríe. No llora. Nada. Parece una piedra. Me acerco un poco más a ella, que se mantiene firme, de pie, delante de mí. Mi mano toma la suya, la que está en mi mejilla todavía y la obliga a rodear mi cuello. Nos abrazamos. Mi brazos están firmes rodeando su cintura y los suyos se aferran a mi nuca con una especie de culpa que no quiero descifrar aún. En la garganta tengo anudadas dos palabras hace años, dos palabras que lo cambian todo, que son un cliché en las novelas románticas, pero que en la vida real jamás se adaptan a un buen final cuando hay que calzarse mis zapatos.

-Tengo que… -digo lentamente, pero noto que la puerta está entre abierta - …dejaste la puerta sin cerrar.

En ese mismo instante, aparece. La pesadilla, la única que ronda mi cabeza día y noche, ahora se materializa en un cuerpo menudo, de pelo oscuro, mandíbula firme y postura que roza el plagio de ser… Yo. La suelto con delicadeza y entonces es ella quién está en medio de él y de mi. De mi con una furia contenida que hierve mi sangre y hacer borbotones en mis puños. Verlo por primera vez y en mi departamento, en un momento crucial para mi vida, me inspira homicidio.

-¿Qué hace él aquí? – pregunto con la voz bañada en rabia y frustración.

-No es lo que piensas – sus ojos sean tan brillantes que me reflejo en ellos.

-Creí que vivías con tu mejor amiga – dice él un tanto confundido-, ¿quién es él?

-¿Él? – sonrío triunfante y murmuro-, tengo una alergia violenta contra la estupidez humana…

Ella me da la espalda, lo mira. Se miran y me repugno. ¿Cómo es posible que no entienda nada? Enderezo mi columna y espero a que le diga algo.

-Él… - comienza despacio, nerviosa hasta las raíces de sus pies-, bueno él…

-Termina de una vez – su voz es tan brusca que reacciono.

-No le hables así – doy dos pasos, pero me detiene con su mano en mi muslo, creando una barra con su brazo.

-Él es la razón.

Concluye y los ojos de él son un torbellino de vergüenza. Por mi parte no entiendo nada y miro su perfil, estoy tan cerca de ella que podría besar su sien. Él no se mueve, nos mira fijamente y veo como aprieta sus puños. En ese mismo instante noto el enorme parecido físico entre él y yo, claro que él tiene más pelo, más de todo eso que no me puede gustar, que lo hace tan hombre, tan bestia.

Anonymous Anonymous said...

Simplemente... clap clap clap

5/10/2006 5:24 PM  
Blogger [ ten ] said...

Otra vez:
Impresionante.

Más, por favor.

5/10/2006 11:08 PM  

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