June 15, 2006

Ventidue

Parece que la cabeza me va a estallar y no hay gota de agua que calme el ardor que se expande dentro de mi cuerpo. Esta ducha parece eterna y no saco mucho con estar con la cabeza inclinada, los ojos cerrados y las manos apoyadas en los azulejos, dejando que el agua me escurra como siempre que quiero desaparecer. El baño ya está colapsado de vapor y siento que voy a desmayarme. Aprieto los ojos con fuerza, concentrándome en la tibieza de la pared bajo las palmas de mis manos, intentando bloquear por todos los medios la sensación que me provocó su voz al pronunciar esas dos palabras leídas de mi puño y letra. Rehuyo de mi respiración y mi nariz se ve abrazada por el agua tibia, qué ganas de ahogarme aquí mismo y no volver jamás.

Dejo de escuchar, de pensar, mi piel se vuelve una espesa amalgama de sensaciones, de algo que parece una excitación incontrolable y se acomoda en mi pecho como un espacio denso. Algo así como una burbuja de aire que duele porque quiere estallar y no logra averiguar cómo hacerlo, ni por dónde escapar. No puedo respirar y tampoco puedo dejar de hacerlo. Mi cabeza es un solo huracán.

Siento movimientos lejanos, sonidos de pasos que retumban con eco pesado entre mis sienes. Un suave click. Mis pulmones necesitan oxígeno pero no se los permito. De pronto una mano en mi espalda, una mano suave que yo sé que es blanca, que le pertenece. Abro los ojos bajo el agua y duele horriblemente. Ahora son dos manos que se escurren junto con el agua y de mi espalda pasan a mis costados, luego a mi panza y se quedan ahí, envolviendo. Necesito respirar y saco un poco la cabeza debajo de la lluvia cálida, lo suficiente para que mi nariz inhale. Se me eriza toda la piel al saber que su cuerpo comienza adherirse a mí, tan desnudo como mi alma. Parece que son sus labios en mi hombro. Sí, lo son, besa mi hombro derecho, respirando casi imperceptiblemente sobre mi piel, se deslizan hacia mi cuello, se sumergen en mi nuca, sus manos trepan desde mi panza hasta mis costillas medias y las rodean. Su pulgar izquierdo acaricia mi cicatriz y tiemblo.

Realmente son sus pechos los que se apoyan en mi espalda, son sus piernas las que están cubriendo las mías y son sus manos las únicas que logran traerme una calma violenta que me sacude de pies a cabeza. Me enderezo lentamente, abandonando la pared con mis manos, inclinándome levemente hacia atrás y me dejo sostener, con los ojos cerrados. Su frente está ahora apoyada en mis hombro izquierdo y su pelo comienza a mojarse junto con el resto de su cuerpo. Doy un paso hacia delante, arrastrándola conmigo debajo de la cascada de agua; mis manos se levantan hasta alcanzar las suyas y las desprenden poco a poco de mi piel. Giro mi cuerpo con suaves movimientos, para poder estar frente a frente y ahora su nariz roza la mía.

Abro los ojos y me ahogo en los suyos. Mis brazos se encargan de apropiarse sin permisos de su cintura resbaladiza y la acercan más a mí, hasta evitar los espacios vacíos entre ella y yo. No quiero mirar nada más, tan sólo perderme en ese intenso mirar. Presiento que va a decirme algo, pero me lanzo al abismo de su nombre con un beso sutil que bloquea sus palabras.

Abrazadas, mojándonos hasta los pensamientos, con mis labios sobre los suyos y los suyos entre los míos. Sus manos rodeando mi cuello, mis brazos agarrotados de emoción alrededor de su blancura inalcanzable.

Y mi alma extraviada en alguna parte de su agitado respirar…

June 04, 2006

Ventuno

-¿Qué es esto…? –escucho que su voz me pregunta a penas pongo un pie en el departamento.

-No estoy mirando, no sé que es esto –respondo cerrando la puerta con el pie, mirando las bolsas.

-Al parecer tampoco puedo pensarlas sin titubear cuando se trata de ti

Suelto las bolsas sobre mis pies y la miro con los ojos muy abiertos. Está sentada sobre el sofá, rodeada de mis papeles sin acabar, de mis palabras inconclusas, de una verdad garabateada. Entre abro mis labios para decirle algo, pero no sale nada de mi garganta.

-¿Qué es…? –me cuestiona con los ojos inflamados.

Agarra otro papel arrugado y relee. Lo deja sobre sus piernas y coge otro, desenvolviéndolo con esas manos blancas que me arrebatan el aliento.

-La letra te tiembla cuando escribes nerviosa –murmura leyendo concentrada.

-Sí… -digo con voz rasposa.

Me acerco hacia ella dejando las bolsas a medio camino. Mis dos manos están bañadas en sudor helado. Observo que sólo queda un papel a su lado sin leer y recuerdo que contiene sólo esas dos palabras. Me abalanzo sobre él antes de que ella pueda alcanzarlo y lo escondo en el bolsillo de mi pantalón. Nuestras miradas se encuentran, ella sentada con los ojos vidriosos, yo de pie con el corazón roto.

-Dámelo…

-No, este no –respondo firme, mirando el suelo con fijación enfermiza.

Se pone de pie y quedamos juntas, su respiración calmada sobre la mía agitada. Una de sus manos se apoya sobre mi hombro, la otra fuerza a mi mentón para que se alce. Su nariz roza la mía, cierra los ojos y los míos se adormilan junta con el roce de sus labios sobre los míos. Nuevamente esa suavidad celestial atrapa mi boca y me aturde, siendo la tibieza de su lengua rozar mis dientes, dejo de pensar en el resto de mi cuerpo. Me transformo en mis labios, en su calidez, en mi torpeza y en la cantidad de mariposas que elevan mi alma por sobre nuestras cabezas.

Se separa de mí y apoya su frente en la mía. Siento que sonríe y yo ya no tengo más el papel en mi mano. Se vuelve a sentar, yo no puedo moverme. Lee en voz alta.

-Te amo…