Venti
¿Será esa la primera vez que realmente escribo una carta? Podría ser que sí, mi única salida volcada sobre un papel, con mi letra tan amorfa y mediana.
Bueno que te escribo para contarte qué soñé…”.
Si necesitas algo, llámame al móvil”.
¿Será esa la primera vez que realmente escribo una carta? Podría ser que sí, mi única salida volcada sobre un papel, con mi letra tan amorfa y mediana.
Bueno que te escribo para contarte qué soñé…”.
Si necesitas algo, llámame al móvil”.
Me despierto con un sobre salto, no recuerdo muy bien qué he soñado, sin embargo tengo una extraña sensación en la piel. No hay mucha luz en la habitación y siento que ella está a mi lado, giro la cabeza y veo su nariz muy cerca de mi. Alzo una mano y me la paso por los ojos con malestar, tengo el cuerpo molido y parece como si mi cabeza estuviera inyectada de plomo. Intento enderezarme, pero su brazo derecho rodea mi panza y prefiero no moverme.
No puedo dejar de mirar su cuello desde abajo, si tan sólo pudiese tener una cámara incrustada en el cerebro para mantener esta imagen siempre. Me arde el alcohol en la herida que tengo en la frente, sin embargo su mano en mi nuca me distrae y su cuello me transporta. Nada más me duele cuando está conmigo, de pie, tan cercana a mi que me siento diminuta; concentrada con la lengua entre los labios, limpiando toda una vida de defensas, todas las cicatrices que mantengo por ella. Su mano abandona, junto con el algodón, mi frente; me empuja hacia atrás y queda frente a mi, en mi horizonte sus ojos y rene a mi nariz su respirar. Mira mi labio inferior, la comisura izquierda.
-Eso va a estar inflamado por un tiempo –me dice sonriendo de medio lado.
-Me siento tan sensual en este minuto –bromeo entre dientes.
-¿Dónde aprendiste a golpear así? –se sienta entre mis piernas.
-Instintos, supongo... De todas las palizas que me han dado, aprendí algo –me encojo de hombros.
Alza su mano derecha y me acaricia mi mejilla sin daños. Me apoyo en esa caricia y cierro los ojos, jamás me había sentido tan en casa como ahora. La escucho suspirar. Trago con dificultad, tiene algo que decirme, lo presiento.
-No sé que hacer… -pronuncia suavemente, con voz de angustia.
Abro los ojos y la miro fijamente. Tiene sus pupilas dilatadas, saturadas de brillantez. Me inclino hacia delante y rozo su nariz con la mía, como lo he hecho desde que nos dormimos esa vez estudiando para la única clase que hemos tenido juntas.
-No hagas nada… -murmuro besando la punta de su nariz-, puedo acomodarme a cualquier decisión que tomes.
-Es que no sé que decisión tomar –se acerca más a mi y sus labios rozan los míos, no sé si con o sin querer. Me abraza y se me paraliza el corazón, para después desarmarse en un pulso disparejo.
-Hace 25 años que te gustan los niños –murmuro junto a su oído y siento que el cuerpo se le contrae-, yo podría ser un…
-No lo digas, no quiero que seas un niño –se separa de mi, mirándome con desesperación, al borde del llanto-, entiéndelo… Me gustas como estás… Me gustas sin esa venda absurda alrededor del pecho… Me gus…
Pongo un dedo sobre sus labios de espuma.
Nos miramos en silencio, sus ojos cristalizados son una eternidad burbujeante y el sello de mis dedos sobre sus labios me quema hasta la última curva de mis huellas digitales. Deslizo el índice hacia un costado y doy paso a mi pulgar entumecido, que recorre un lento caminar sobre esa suavidad imposible.
-¿Tienes idea de lo que me provocas si me dices eso? –le pregunto lentamente que mi voz se deforma. Niega con la cabeza.
Abandono su rostro con languidez y miro hacia el suelo alfombrado que se extiende bajo nuestros pies. Alargo mi brazo hasta alcanzar su mano y la ubico sobre mi corazón. Incluso a través de su piel puedo sentir mi desbocado latir.
-Cada vez que estás cerca late igual –murmuro-, cada vez que me miras se acelera… Cada segundo que duran tus sonrisas se detiene y vuelve a reanudarse excitado… No tengo una explicación lógica porque la costumbre de años me tiene completamente domada.
-¿Años?
-Años… -la miro brevemente a los ojos-, desde que viniste a dormir aquí la primera vez y no pude dormirme a tu lado.
-Esa noche te fuiste –me responde contrariada.
-Claro que me fui, me fui después de dos horas y veintidós minutos de verte dormir –sus ojos se agrandan incrédulos, le sonrío un poco-, sí… Aún recuerdo con exactitud el tiempo en el que…
Muerdo mi labio inferior y me inclino hacia delante, moviendo su mano de mi pecho, pasándola por detrás de mi cuello. Mi frente adolorida se adhiere a la suya. Su respiración es lenta, casi inaudible. Sus ojos se esconden tras esa espesa capa de bellas pestañas, dándome paso a terminar con todos estos años de silencio hermético.
-En el que me enamoré de ti para siempre…
-Parece un maricón de barrio – murmura y me río.
-Bueno no lo es… -su voz suena incómoda.
-No tienes idea – pronuncio con lentitud, moviendo su brazo, acercándome a él. Le pongo las dos manos en los hombros y lo empujo suavemente hacia el pasillo-, ¿sabes por qué no tienes idea, imbécil?
-Sácame tus manos de encima – aprieto con fuerza sus hombros y se queja un poco.
-Responde.
-No, no sé… -hace una mueca de dolor cuando mi pulgar se clava en el borde de su clavícula.
-Porque soy una chica –le sonrío y se queda paralizado. Le quito las manos de encima y pongo una en el tiro de mi pantalón, apretándola contra mi-, aquí no hay nada… Ahora lárgate.
Retrocedo y le cierro la puerta en la cara. Apoyo mi frente en la madera lisa. Siento que me abraza la espalda. No estoy tranquila, necesito una explicación.
-¿Qué fue todo esto? – le pegunto girándome, ella no se aparta de mi y se apoya en mi pecho.
-No lo sé.
-¿Sabes? Siento que es él es mi versión masculina muy poco pulida y brutal – frunzo el ceño molesta.
-Créeme que es sólo lo físico –me sonríe de medio lado-, ¿podemos no hablar de esto?
-No, no podemos –la miro fijamente y la separo de mi-, ¿qué vino a hacer aquí?
-Volver conmigo…
-Oh, que brillantez – suspiro con ironía y la aparto completamente de mí.
-No me hagas esto.
-¿Esto qué? Si yo no he hecho nada, es él el que vino, es el amor de tu vida – remarco con saña y una veta de dolor se cruza en sus ojos.
-Sabes que no…
-Sé que sí, me lo has repetido desde que tengo consciencia – me dejo caer en el sofá-, entonces me disculpo, lamento haber arruinado tu momento… Ve a buscarlo, probablemente siga paralizado afuera.
-No lo haré, no quiero hacerlo… - se sienta junto a mi-, dije que tú eras la razón.
-¿La razón de qué, dime? – estoy tan confundida y molesta que me es imposible apreciar su ternura con la que me habla.
-De que terminarlo todo con él… - me desarmo.
Me giro y la miro fijamente a los ojos. No está mintiendo y siento un calorcito extraño medio a medio en mi pecho. Sin embargo se apaga rápidamente.
-Tengo que preguntarte algo – desvío la mirada.
-Dime…
-¿Puedo…? - aclaro mi garganta-, digo, ¿te gustaría que yo fuera tu chico? Porque puedo hacerlo, ¿sabes? Tengo todo para poder lograrlo, para tener lo que necesitas y… Y…
-Detente – su mano se alza y su índice toca mis labios, la miro y tiene fruncido el ceño-, no quiero que seas mi chico…
Se me detiene el corazón. Aclaro nuevamente mi garganta, intentando no quebrarme tan limpiamente delante de su mirar; me pongo de pie y camino hacia la puerta de entrada. Miro por el espía y ya no hay nadie. Giro el pomo y abro la puerta. Doy dos pasos hacia fuera y siento que hay movimiento en mi costado izquierdo. Un golpe seco me bota al suelo. Sacudo mi cabeza aturdida y lo veo de pie, casi sobre mí. Me levanto y lo encaro.
-¡No salgas! –exclamo cuando siento que ahoga un grito.
-Maldita puta –murmura el sujeto y lanza otro gancho que esquivo.
-Tendrás que ser mejor que eso – adopto posición de combate callejero y escupo la sangre contenida en mi boca.
Se abalanza sobre mí con torpeza y pasa de largo, llegando a la otra pared del pasillo. Me pongo a sus espaldas esperando que se gire. Vuelve a lanzarse sobre mí pero no logra nada y mi codo se incrusta en su nuca; queda atontado y sacude la cabeza de lado a lado para aclararse, pero yo sé cuán borroso ve. Miro hacia la puerta y la veo allí de pie, horrorizada.
-Entra, no mires esto – le digo con suavidad-, por fav…
Golpea mis riñones y exhalo con pesadez, me tambaleo un poco, pero logro mantenerme de pie. Ahora sí vuelvo a sentir toda esa rabia de hace veinte minutos atrás. En dos movimientos lo tumo en el piso, sangra de una ceja y no puede respirar bien.
-Te dije… -jadeo-, que tendrías que ser mejor que eso.
-Eres una… - no termina la frase y mi pie, completamente desnudo, se incrusta en sus costillas. Ahoga un aullido de dolor.
-Llama a seguridad – me giro para mirarla, empapada en llanto-, hazlo, por favor… No quiero matarlo.
Intenta ponerse de pie y retrocedo. No lo logrará, tiene el costillar partido en dos. Gime de dolor y vuelve a quedarse acostado, con los brazos en cruz, con los ojos cerrados. Vuelvo a acercarme a él y me inclino.
-Te vuelvo a ver una vez más en este edificio o cerca de mi o, en su defecto, cerca de ella… Y no tendré la misericordia que tengo ahora.
-No tienes lo que ella necesita… – dije entre dientes y con mucha dificultad.
-No… - murmuro muy cerca de su oreja rasgada-, pero eso lo decide ella, no tú…
Siempre he sabido que el tiempo es incontrolable, sin embargo esta vez ha ido más rápido que mi propia sangre y ese beso aquel está una semana atrás que la memoria de su saber. Al final de todo, tengo los pasos desgastados, las manos sucias y los ojos secos de tanto observarla. Ha salido dos veces del edificio, una hace tres días y la otra, ahora. Ya no tengo nada que perder y extraño el olor a mi departamento, no quiero más moteles y cuerpos de los cuales ni el nombre supe; no quiero vagar más, no quiero perderme.
Huele a mí, a ella, a nosotras. No ha traído a nadie aquí, lo sabían mis ojos, pero necesitaba comprobarlo con mi cuerpo completo. La sala de estar está intacta, la cocina también. Entro a la habitación y me encuentro con que ha estado durmiendo sobre el cubrecama cubierta con su frazada favorita. Me siento un momento y abrazo esa manta tan gruesa que me acalora inmensamente con sólo mirarla; está cargada con su perfume que me trastorna, que es dulce lo justo y necesario, sin relajar mis sentidos para hostigarlos.
Me desnudo rápidamente y entro a la ducha. La sensación del agua escurrir sobre mi me obliga a pensar que lavo mi alma, que todo mi pasado se va junto con ella acueducto abajo y que podría ser que quede digna de tener una respuesta de su parte. Esa respuesta a la interrogante que he querido preguntarle hace días.
Corto el agua, cojo una toalla, me seco con frenesí. Ya no existe tiempo para peinarme. Me visto nuevamente, con ropas limpias, con ropas que me hagan parecer niño otra vez. Busco la venda entre los cajones pero no la encuentro por ninguna parte, corro a la habitación y la encuentro debajo de mi almohada. Mi mente no alcanza a mecanizar una pregunta, tan sólo envuelvo la tela en mi cuerpo como la primera vez.
Me miro en el espejo y por primera vez me siento atractiva. Escucho la puerta.