April 20, 2006

Quindici

De tanto en tanto me molesta esto de tener cuatro patas, de empaparme bajo una lluvia infernal que se escabulle entre mi pelaje y se queda ahí, amenazándome con una pulmonía letal. O quizás no me molesta, derechamente me deprime; esto de no tener una mano firme para abrir una puerta y escabullirme dentro de la tibia oscuridad humana que alberga todas esas fantasías de mi bestialidad.

Sin embargo tengo mis momentos de locura y contraste, donde mis ganas de encorvarme bajo un sol cargado de responsabilidades y marcharme con un tanteo cuadrúpedo, superan cualquier atisbo de anhelo. Entonces vuelvo a mirarme los pies, aprecio las garras, las almohadillas y la marca registrada de que el fin de mi rumbo está teleológicamente marcado por las manchas en mi alma; en ese instante donde acepto mi realidad brutal, donde me envuelvo en mi esencia... Siento nada.

Aunque a ratos pareciera que mi tristeza es mejor que todas las expuestas y mi alegría, una composición sobre-actuada.

April 16, 2006

Quattordici

-Estoy acostumbrada a ti –me dice en cámara lenta, parpadeando con cada sílaba a causa de la luz del sol en su rostro.

La miro seria, impávida, acústica. Estiro mi cuerpo sobre el sofá y mis dedos alcanzan el pequeño cajón de la mesita auxiliar; la miro de reojo cuando noto que observa mis movimientos. Cojo firmemente la cigarrera, arrebato un vicio con mis labios y puedo palpar la falta de aire en sus pulmones.

-Así que acostumbrada a mí –digo finalmente exhalando mi vida envuelta en gris humo.

-¿Desde cuándo estás fumando de nuevo? –su voz se torna oscura, casi críptica.

-¿Eso qué importa? –mis piernas largas se ovillan y me hago con ellas una masa indescriptible.

-Me dijiste que no lo harías –está tan dolida que sus labios se escurren.

-Pero no lo prometí…

Quizás sea mi pequeña venganza a su frase desgarradora con la que abrió nuestro silencio en millones de mutismos diminutos. Es la satisfacción de lastimarla de vuelta de tanto en tanto para que no se acostumbre a mí, para que no me quiera y yo así languidecer bajo el crepúsculo de la culpa.

-Que decepción… –murmura mi nombre turbulentamente después de una pausa.

-¿Lo es? Sí, bueno. Yo creía que no era costumbre lo nuestro.

-¿Nuestro?

-Amistad, como quieras decirle –desvío la mirada estupidizada por la brutalidad de mi inconsciente.

-¿Cuál es el problema que está acostumbrada a ti? –su cuerpo se desliza para quedar frente a mi.

La miro entre las borrascosas bocanadas de sangre seca de mi garganta. La miro y no me dice nada en absoluto, no nos comunicamos cuando me encierro con fluida ironía; es más, su alma se escapa de mi cual presa de psicosis. Me desarmo físicamente y me acerco más a ella, con el humo en los ojos, en las orejas. Mi pelo es una llamarada oscura que amenaza con reventar su voz en gotas de mercurio divino. No sé cómo ni cuando, siento sus labios presionados contra los míos aromatizados de tabaco, siento mi cobardía escaparse por el ventanal chorreado de sol y pretendo sentir que mi mano acaricia su nuca desnuda de cualquier cabello.
Pretendo que no se me escape una diástole cualquiera en esta milésima de segundo que determina mi vida y la suya. Su costumbre y esta piel sin escaras.

Abandono su textura increíble. Tiene los ojos cerrados y entonces yo apago el cigarrillo en la suela de una de mis botas. Alzo mi pecho sin gracia por sobre su cabeza, volviendo a quedar de pie, junto a su boca.

-La gente acostumbrada... –rozo sus labios nuevamente con cada letra rematada-, ...no siente amor.

Enderezo mi espalda, cojo mi chaqueta. Camino hacia la puerta sin llaves, sin lentes oscuros. Sin embargo, me marcho con todas las incertidumbres universales.