March 18, 2006

Tredici

Abro un ojo y mi visión es únicamente nebulosa con ciertos colores. Frunzo el ceño y me paso una mano por los ojo, removiendo una cabellera que ciertamente no es mía. Es sueño me abandona paulatinamente y descubro que entre mis brazos yace dormida profundamente, mi nariz está a la altura de su cuello y sus manos sueñan debajo de las mías. Me despierto un poco más, el sol todavía se arropa en su cama, sin embargo amenaza con desperezarse en unos minutos. Remuevo mis brazos, intentando no moverla y la miro fijamente.

Paso nuevamente una mano por mis ojos y abandono la cama, buscando mi camisa. Cojo mi móvil que dejé sobre su mesa de noche, busco mis botas debajo de sus pantalones y camino hacia la puerta de la habitación. Me visto en silencio, observando su melena oscura, su desnudez ahora insípida. Aún en calcetines, camino hacia el hall de departamento en busca de mi chaqueta. Una vez fuera de allí, me calzo las botas para poder encaminarme a casa.

La ciudad es torpe cuando son las cinco y media de la mañana. Las calles se estiran y los edificios parecen bostezar. Me pregunto qué estará ocurriendo en mi habitación, si ella estará durmiendo o si quizás ha notado mi ausencia. Camino con las manos en los bolsillos y me cruzo con un par de perros curiosos y sin escrúpulos, que bucean en la basura de un restaurante para servirse el desayuno escrito en su menú instintivo. Me adentro en los abismos de una plaza desierta y helada, con un poco de escarcha en el pasto. Un banco me espera con los brazos abiertos, me siento en él y enciendo un cigarrillo; quizás estos son los mejores momentos para cuestionarse la vida, porque no hay nadie, porque soy nadie y porque no hay ni un alma si quiera que pueda esperarme como yo me desespero sin ella.

Aspiro la humedad del ambiente y sonrío un poco, no es tan malo tenerla sin hacerlo, que viva en mi, conmigo, aunque sin mi. La calma me ha vuelto a las manos y ya no tiemblo a oscuras abrazando a mi soledad, ahora es ella quien me abraza de tanto en tanto, cuando se demora en llegar junto a mí a la cama o cuando me siento en estos bancos a suicidarme lentamente.

-Mierda –murmuro de pronto, zafándome bruscamente de mis pensamientos. Me levanto un poco para sacar el móvil del bolsillo trasero de mi pantalón. Tengo un nuevo mensaje.

“¿Dónde estás…?”. Sonrío meneando la cabeza levemente.
Me levanto del banco, le agradezco su solidaridad y camino por la calle lateral de la plaza hacia adentro. Apuro, sin quererlo, los pasos y llego en quince minutos al edificio. Subo por las escaleras y en la puerta me detengo, cojo el móvil y envío un mensaje.
“Justo al otro lado de la puerta”. En ese instante escucho que suena el breve aviso desde adentro del departamento, unos pasos ligeros, la llave de la puerta, se gira la manilla y nos encontramos frente a frente.

-No me digas nada –susurra abrazándome fuertemente-, no quiero saber ni dónde ni con quién.

-Yo tampoco lo sé –acaricio lentamente su pelo con un poco de congoja por sus palabras-, entremos, necesito un café.

Entramos juntas y una vez en la cocina me doy cuenta de que hay una taza a medio llenar de cafeína cargada y que parece haber sido usada más de una vez. Agarro la taza con mi mano izquierda, me doy vuelta para mirarla y noto las enormes ojeras bajo sus ojos.

-No pude dormir… -confiesa con un poco de rubor en las mejillas.

-¿Por qué…? ¿Pasó algo? –pregunto dejando la taza en el lavavajillas.

-No… -desvía la mirada y me preocupo.

-Anda, dime –me acerco quitándome la chaqueta de encima y dejándola sobre el mesón.

-No estabas tú –sus ojos atraviesan mi cuerpo y me quedo helada-, no sabes lo extraño que es estar en tu cama sin ti.

-Créeme que lo sé –sonrío un poco-, estuve en esa cama sin mi todo el tiempo que no estuviste…

Sus ojos se cristalizan y frunce el ceño con una rudeza que no había visto jamás. Murmura algo que no logro descifrar y desaparece por el pasillo con dirección a la habitación. Me quedo de pie entre el living y la cocina, estupefacta, aturdida; miro hacia el fondo del pasillo, sintiendo como una nube de polvo pegajoso se adhiere a mi piel, la vista se me nubla y tan sólo loro afirmarme del mesón. Boto mi chaqueta y sacudo la cabeza para despejar mi cerebro.

-Has entendido todo mal –alzo la voz y escucho que la puerta de la habitación se cierra fuertemente. Me abalanzo pasillo hacia adentro y me apoyo-, no es lo que estás pensando.

-¿Y qué sería eso? –responde desde adentro con tintes de rabia en la voz.

-Que estuve en camas ajenas de mujeres que ni yo misma sabría reconocer ahora –murmuro un poco asqueada-, no fue así, estuve encerrada entre estas cuatro paredes todo el tiempo que te marchaste… No salí a ninguna parte, me olvidé del mundo… Mandé todo a la mierda y a mí también.

Siento que se acerca a la puerta y la abre un poquito. No empujo, ella tampoco me invita a pasar.

-Te esperaba todos los días –confieso angustiosamente y logro que abra un poquito más.

-Nunca me llamaste.

-¿Para qué…? –asomo mis dedos por el espacio.

-Para preguntarme cómo estaba, si todo iba bien, si te extrañaba…

-¿Me extrañaste?

-Horriblemente –sus dedos atrapan los míos al otro lado y abro la puerta completamente.

-¿Me dirás qué pasó? –me acerco a ella y nos sentamos en la cama. Niega con la cabeza-, está bien… No insistiré.

Me levanto de la cama y me desvisto dándole la espalda, dejando la ropa plegada a un lado. En el minuto de quedar en pantaletas, sus manos rodean mis costillas y sus dedos pasan por encima de la sutil cicatriz que me dejó la herida. Me invita a girarme lentamente, sus ojos recorren mis costillas y nada más que mis costillas. Luego me mira y me ahogo en el castaño de sus ojos…

-¿Se fijó en tu cicatriz? –me pregunta y entiendo que se refiere a la chica de anoche.

-No lo sé…

-Es preciosa, me gusta –dice sin sonreír-, va a recordarme siempre a quién tengo como ángel guardián... Y no podría ser mejor.

March 15, 2006

Dodici

Y bailamos.

Así de simple; bailamos por unas buenas horas, después de que insistí con lavar todo, botar las cajas vacías y ordenar el living. Ella se había ido a la habitación, pero me adelanté y le dejé una nota en una servilleta sobre la almohada que decía: "Devuélvete". Así lo hizo. Cuando volvió, yo ya tenía el ventanal abierto de par en par, con ese frío violando mi departamento. Me miró con ojos saltones y en seguida acarició sus brazos por el helado susurro del aire. Le sonreí encendiendo el equipo de música, me acerqué a ella y la abrigué con mi camisa.

-Me dijiste una vez que…

-Si fueras niño bailaríamos –me miró con profundidad y se acercó más a mi cuerpo, rodeando mi cuello con sus brazos, obligándome a rozar débilmente su cintura.

-Sí… -musité con un tembloroso tono de voz-, ahora soy algo como eso.

-Para mi sigues siendo tú –murmuró junto a mi cuello.

-¿Y por qué estamos bailando entonces? –cerré los ojos con pesadez.

-Porque siempre he querido bailar contigo…

Esas seis palabras que emanaron de sus labios como caudal directo me detuvieron el corazón con el pulso en alto y sin ninguna munición. Mi cuerpo se sacudió con un temblor tibio, recorrió las fibrillas de mi existencia e hirvió en la punta de mis dedos que acariciaban lentamente su sacro. Me suspendí en su aliento espumoso y creí morir, sosteniendo la más maravillosa de todas las creaciones terrenales que podrían haber trastabillado con mi camino tan bizarro de piedras irregulares. Sentí como lentamente y sin pensarlo, mi columna se curvaba lentamente para envolver su menudez, para aferrarse de su ser y sentirme a salvo por al menos un par de minutos. Nos mantuvimos así por un par de horas, moviéndonos casi imperceptiblemente junto a la música taciturna, sin decirnos palabra, bailando como nunca nadie ha podido demostrar tal fidelidad rotunda en formas tan lacias como mis brazos en su cintura, como sus dedos entre mis cabellos...

Ahora mismo, ella enfrenta el cielo oscuro de la habitación y no sé si está tan despierta como yo, tan agitada como este motor ensangrentado que jamás me da tregua. Estamos las dos de espaldas, ya no nos movemos, ni si quiera nos rozamos. Los dobleces de las sábanas y frazadas nos separan tan abismalmente que el frío traspasa mis ropas como suaves navajas, ya no tengo su calor divino que envolvía hasta mis pensamientos, está a centímetros de mí y parecen un millar de estados. Cierro los ojos pidiendo clemencia a mi mente traicionera que evoca una canción sin detenerse, meciéndose entre tonos melancólicos que amenazan con tomar fuerza para escaparse entre mis dientes. ¿Y si duerme? Y si, peor aún, ¿respira el aire que abandona mis pulmones?

-Daylight comes / daylight comes… And you’ve to go –mi garganta comienza a cantar con gravedad murmurada sin poder atrapar cada palabra emitida-, breaks my heart / breaks my heart to have to watch you go… Wish I knew / wish I knew when you'll be back again… However long / it's just too long until we meet again…

Se mueve un poco a mi lado, pero no está despertando. Siento que su aliento me envuelve y se acerca más a mí. Su brazo busca mi brazo, luego mi panza y termina rodeándome. Acomoda su cabeza en mi hombro y suspira cansada. Trago con dificultad y noto que no está despierta, pero dudo abiertamente si está dormida. Mi pecho ya no es una tabla envuelta en tela, pero aún así su mano se deja estar allí, medio a medio sobre mi arrebatado corazón.

-Stay now / stay now just a little more… ‘Cause this love / this love is what living's for… -muevo un poco mi cabeza y beso su frente impoluta, durmiente-, stay now…

March 12, 2006

Undici

Salgo de la ducha entre vapores y olores limpios. Seco mi cuerpo con rapidez antes de que se enfríe y me miro en el espejo. Con el pelo mojado y en todas direcciones, parezco un chico afeminado a mal traer. Automáticamente pienso en ella y miro mi cuerpo de mujer sin curvas. Tengo plena consciencia de que en alguna parte de este baño guardo una venda larga; vuelvo a mirarme y pienso un segundo la idea.

La busco en los cajones del mueble que ocupa toda una pared. Registro cada centímetro con una excitación nueva corriendo por mis venas y en el momento de encontrar el rollo de tela color beige, sostengo la respiración. La desdoblo de ella misma y la vuelvo a enrollar, pero esta vez alrededor de mi cuerpo, cubriendo y apretando con fuerza mis pechos casi inexistentes. Cojo el pequeño ganchito y engancho el último extremo con el resto.

Vuelvo a mirarme en el espejo con aires minuciosos. Parezco la estupidez humana envuelta en tela. Agarro la peineta y ordeno un poco la rebeldía de mi pelo. Me pregunto si habrá vuelto.
Me asomo un poco desde el baño y miro hacia el pasillo. Aguzo el oído. Nada.
Con paso ligero me adentro en el armario, la puerta justo de enfrente al baño. Con plena desnudez, busco una camiseta blanca sin figuras, mi camisa negra con líneas grises y rojas y esos jeans añejos que se han adelgazado junto conmigo. Me visto con rapidez, sin embargo me preocupo de los detalles, la ropa no cae sobre mi, mis manos la amasan para que quede perfecta. Me miro en el espejo que tiene el walk-in-closet. Mi idea está funcionando.

Cruzo de nuevo el pequeño pasillo y vuelvo a adentrarme en el baño, todavía un poco húmedo. Abro la ventana para que el vapor de agua se escape junto con lo poco y nada que había en mi de femenino; abro el primer cajón de la izquierda y saco el gel que está casi nuevo, aún llevando un poco más de tres meses allí guardado. Unto mis dedos en la gelatina transparente y levemente perfumada, la esparzo por mis manos y la aplico en todo mi pelo. Agarro un par de mechones de los costados de mi cabeza y los jalo hacia abajo para que queden delante de mis orejas. Estiro hacia delante el pelo de mi frente para que la cubra, pero a la vez quede medio erizado. Giro mi cabeza un poco para mirar cómo va la obra de arte y sonrío. Mi nuca parece ser la espalda de un puerco espín furioso.

Retrocedo un poco para mirar qué ha sido de mi y mi transformación medio trash cien por ciento masculina. Inspecciono mi perfil, mi frente, mis ojos, mis labios, mi alma y su reacción. Sonrío con satisfacción. Soy un niñito sin un pelo indigno que estorbe.

Escucho sonidos provenientes de la cocina, mi corazón se acelera y dudo si aparecerme frente a ella o no. Observo mi pecho plano y mi entrepierna vacía. Sigo siendo yo, lo único que ha cambiado es que ya ni si quiera tengo una curvatura mínima a la altura de mi esternón.

-¿Dónde estás? –escucho su voz alzándose estruendosamente por sobre mi silencio.

-En el baño –contesto nerviosa hasta la médula.

-Traje sushi y gyosas que van a enfriarse si no sales de una vez –su voz me indica que sonríe, que se acerca.

-Voy en un minuto –paso una mano por mi rostro y me miro por última vez.

Inhalo con todo el valor que el oxígeno puede darme y abro la puerta. Doy un paso hacia delante, pero ella no está en el pasillo. Tampoco está en la habitación, lo que me da la ventaja de poder sacar un poco de perfume. Me acerco a las repisas junto a la cama y agarro la botella de Kenzo para hombre. Mi cuello se baña de un aroma cítrico exquisito, dejando una suave estela detrás de cada paso que doy hacia la cocina.

-Hola…–murmuro apoyada en el mesón, a sus espaldas.

-Traje de los California rolls, una porción de gyosas de pollo y también un… -se gira y queda muda de asombro. Deja de hablar automáticamente y los palillos que tenía en la mano caen al suelo provocando un sonido tan agudo que hace que las dos los miremos al mismo tiempo.

Ella vuelve a mirarme antes de que yo vuelva a su mirar. Con ambas manos en los bolsillos delanteros de mis jeans me acerco a ella un par de pasos, todavía estamos demasiado lejos como para escuchar nuestro pulso. Saco una mano del bolsillo correspondiente y me agacho para recoger los palillos, me enderezo nuevamente y se los extiendo. Reacciona lentamente para agarrarlos sin dejar de examinarme centímetro a centímetro.

-¿Qué te has…? –entrecierra los ojos y mira entre el segundo y cuatro botón de mi camisa. Abre un poco más los ojos y automáticamente mira la cremallera de mi pantalón. Suspira casi con alivio al darse cuenta que sigue habiendo aire entre los jeans y mi piel.

-California, gyosas y… ¿qué más? –busco su mirada y sonrío.

-¿Eh?

Camino un poco más hacia ella, beso su frente y mi nariz me indica que debo correr hacia las bolsas. Sé que ella sigue mirándome con incredulidad. Inspecciono la cena y me parece espectacular.

-Esto se ve delicioso, hacía meses que no comía sushi –me giro y le sonrío.

-Ajá...

-Si sigues sin parpadear, creo que tus ojos serán los próximos en caer al piso –bromeo suavemente y me acerco un poco más.

-Estás hecha un… –alza una mano con timidez.

-¿Niño? –cojo su mano y la dejo descansar sobre mi pecho. Su garganta exhala un ruidito extrañísimo-, si te molesta puedo ir a…

-No –su mano se pasea por todo mi torso con curiosidad-, ¿cómo lo hiciste?

-Tenía una venda de estas para los esguinces y, no sé, tuve un desliza para probar qué se siente –me encojo de hombros, desviando la mirada a causa de los nervios que me causa su proximidad.

-¿Y cómo se siente? –mira directo a mis ojos y me cuesta tragar.

-No hay mucha diferencia entre mi realidad y mi transformismo –le sonrío y sacude la cabeza, separándose.

-Si la hay.

-¿Y tú cómo sabes? –me mira con obviedad-, de acuerdo, no quiero volver a tocar el tema de mi desnudez contigo… ¿Sushi?

Estoy a punto de derretirme, pero mantengo la dignidad apoyándome sutilmente en el refrigerador. Me pregunto si ella recordará sus palabras de hace tantos años atrás, cuando la invité a bailar por primera vez en la universidad, a modo de broma con un anhelo escondido entre sílaba y sílaba.

Quizás si fueras niño, podríamos hasta pensar en más cosas que un baile. Suspiro y comienzo a llevar las cosas al living.

March 10, 2006

Dieci

Se me ha olvidado el gran y diminuto detalle de que ella no sabe que he vuelto a fumar. He tenido que correr por el departamento buscando ceniceros, papelitos, tapas de botella, envoltorios y todas esas cosas que alguna vez ocupé de cenicero en estas semanas. Esto fue mientras ella dormía enrollada sobre en sweater gris humo.

Lleva aquí una semana y ni si quiera ha caminado hacia el living. Su vida se ha reducido a la habitación y el baño. De la cocina y nuestras comidas me encargo yo, como ha sido siempre. No me extraña que no haya notado los múltiples vestigios de cenizas sobre el aparador del living, el suelo junto al ventanal, el mesón de la cocina y el lavaplatos. He fumado tanto. Pareciera que me hubiese fumado la melancolía terca que se estiraba cuan larga en la puerta de entrada, esperando ser arrollada por sus pisadas ligeras, contrapuestas a las mías lentas y silenciosas. Extrañaba esos movimientos poco preocupados dentro de cualquier espacio, esos ruidos innecesarios seguidos a pie juntillas de un susurrado “lo siento”, esas sonrisas de quien ha sido pero lo calla aunque no sepa ocultarlo con la mirada. Me había hecho falta todo su brillo, su peso, la saturación de sus colores en mi universo; pero ahora estaba aquí. O mejor dicho allí. En la habitación que la esperaba a gritos mojados, hecha un ovillo con ese sweater que le ha gustado desde siempre y que le queda tan largo de mangas como a mi tan cortos sus pantalones. Ese cuerpo pequeño, llego de curvas y pendientes se extravía dentro de mi ropa sin gracia, dándole ese aire de niñez que le hace falta a esta mente oxidada.

Lleva aquí una semana. Y una semana es justamente lo que llevan mis labios sin rozar el algodón del filtro de esos cigarrillos fuertes que guardo debajo de mis libros. Ella me sana el alma y la vida entera. Arrebata de mi esencia las manías destructivas, las magulladuras añejas y baña mi ser con una brisa perfumada de plata.

Amarla ya no es una afirmación. Ni si quiera es una acción consciente.
Los sentimientos que se guardan entre mi camisa y mi sangre son mi única verdad, atrofiada por el silencio. Ese silencio que es la única música cósmica existente que provoca un danzar de mi alma cuando ella aparece y me dice con una mano entre sus cabellos y la otra en su ojo derecho…

-¿Hace cuánto tiempo que me miras dormir…?

Todos los suspiros de aquí a veintiséis años atrás. Cada uno de los pensamientos bastardos de esta mente cúbica y circular que niega siempre ser su madre. Ese tiempo suspendido entre mi amor firme y tu turbadora ingenuidad.

Sonrío.

-Recién, nada más.

March 06, 2006

Nove

-¿Por qué nunca te desnudas frente a mi? –escucho su voz amortiguada por la madera de la puerta del baño.

-Nunca me desnudo frente a nadie –respondo mientras remuevo el vendaje para poder limpiar la herida que está visiblemente mucho mejor.

-¿Nunca?

-Nunca –humedezco una mota de algodón para remover el poco de sangre seca que se ha situado en los costados del corte.

-Imposible… -escucho movimientos lentos de roce contra la puerta. Sonrío porque sé que está acomodándose para tener una de esas charlas que solíamos tener a través de las puertas-, imposible.

-¿Por qué es imposible?

-Porque no eres virgen –me responde tan resueltamente que no puedo evitar reírme. Aunque no por mucho tiempo, pues mi corte provoca agudas espinas que atraviesan mi cuerpo de lado a lado.

-No me hagas reír, carajo –murmuro frunciendo el ceño, pero aún muy divertida con su respuesta.

-Lo lamento… Pero es que no me cabe en la cabeza que no te desnudes.

-Nadie me informó que mi desnudez al momento de tener sexo era fundamental e indispensable –digo con tonos airosos de diplomático imbécil.

-Entonces lo haces vestida –concluye después de unos minutos de silencio. Mis ojos se tornan blancos, suspiro y termino con la desinfección del corte. Vuelvo a enrollar a mí alrededor el vendaje por la parte opuesta, para que esté limpia la gasa que entra en contacto con mi piel.

-¿Tenemos que hablar de esto? –me acerco a la puerta y me apoyo contra ella, mirando el espejo enorme que me queda enfrente.

-Tú empezaste –susurra.

-¿Yo empecé? –parpadeo atónita-, si mal no recuerdo, yo no pregunté al aire por qué era que no me desnudaba.

-¿Te da vergüenza…?

Me miro de pies a cabeza en mi reflejo brillante de enfrente. Entrecierro los ojos observando cada centímetro de mi cuerpo, de esta piel blanca que mantengo con uñas y con dientes en verano. Me separo de la puerta y me enderezo. Observo el perfil de este metro setenta sin muchas ganas de seguir mirando. Muevo un brazo y noto como cada músculo tensa la superficie de mi ser.

-¿Sigues ahí? –su voz interrumpe mi introspección.

-Sí…

-¿Y bien?

-Yo qué sé, niña –cojo la camisa que había dejado sobre el retrete y me la pongo encima, abrochando dos botones al medio. Camino a la puerta y la abro. Ella se desliza hacia atrás y queda de espaldas en el piso, mirándome fijamente. La miro, todavía con una mano en el pomo de la puerta.

-Tienes un cuerpo espectacular –me dice observándome completa desde su visión submarina.

-No es verdad –camino hacia adelante con las piernas un poco más separadas la una de la otra para no aplastar su figura. Intento pensar rápidamente en alguna cosa superflua para evitar el sonrojo de mis mejillas.

-Te vi la noche que vendé tus costillas –dice con calma, poniéndose de pie. Me detengo un par de segundos en la puerta de la habitación, la miro de reojo- no podía vendarte con la ropa puesta, tu misma me ayudaste un poco.

-¿Sabes? –comienzo con un tono amargo- no recuerdo todo lo que hice hace cuatro noches atrás, para mí es una amalgama de recuerdos sin mucha forma. En un comienzo estaba aquí, en el living, después en la calle corriendo, después figuras tú llorando y finalmente una sensación de agotamiento insoportable se apodera de mi memoria. Pero a pesar de no saber muy bien nada de lo que pasó, tampoco creo querer saberlo…

Entro en la habitación y me acuesto lentamente sobre la cama. Abrazo la almohada con furia y cierro los ojos para evitar que se note mi angustia, esta pena que roe mis pulmones hasta fatigarme. Escucho sus pasos descalzos sobre la alfombra, sé que tiene una mano sobre su codo opuesto y que la mano de este brazo reposa sobre su muslo; no escucho nada más y me dan ganas de darme vuelta, de abrazarla y desnudarme frente a ella. Vuelvo a escuchar sus pies avanzando, rodeando la cama y la veo a contraluz, de pie frente a mí y atrás de ella el ventanal iluminado de manera incandescente. Se acerca a la cama, trepa en ella y se acomoda a mi lado, frente a frente, en la misma posición fetal en la que me encuentro yo. Está tan condenadamente cerca que su respiración empaña la mía, agita mi corazón y presiento que puede salir de mis labios un te amo estrepitoso.

-¿Confías en mi? –pregunta tan suavemente que a penas escucho su voz.

-Más que en nadie en esta vida… -murmuro de vuelta con el mismo volumen. Su mano se levanta lentamente y acaricia mi mejilla cubierta de cabellos rebeldes.

-Entonces dime por qué aún no te has desnudado con ninguna –sonríe con calidez y se apodera de mi mente, la modera a su voluntad y me hace hablar.

-Porque quiero encontrar a esa mujer que me inspire tal amor, tal confianza, que mi cuerpo deje de ser un estorbo y así poder descansar debajo de ella después de que hacer el amor… Sin que una fuerza mayor me obligue a levantarme y dejarla allí a la mañana siguiente, sin explicaciones… -murmuro pausadamente, sin tragar la poca saliva que hay en mi boca.

Sus ojos me miran fijos, cristalinos y vidriosos.
Pareciera decirme con ese mirar tan acertado que mi desnudez es virgen.
Y sí, lo es.

Cierro los ojos con sueño. Quizás ella debería cerrarlos también y olvidar todo lo que ha pasado durante estos cuatro días de volver a reunirnos. Olvidar todo lo que pasó antes, olvidarlo a él. Concentrarse solamente en que hemos estado viviendo juntas desde la universidad, sin interrupciones, sin rupturas absurdas.

March 01, 2006

Otto

Recuerdo sus manos delgadas y blancas sobre mi piel magullada. Tocó mi cuerpo como si fuera cristal, aunque yo sé que se parece más a un trozo de hierro literal y metafórico. No nos dijimos nada, ella por comodidad, yo porque si abría la boca las palabras que trotaban en mi garganta iban a apelotonarse y ninguna terminaría por salir. Miró mis ojos cuando sacó mi chaqueta sucia, tibia por la sangre que la había abrazado. Dejó de mirarnos, a mis ojos y a mi, cuando sintió un calor inminente en mi costado. Un calor pegajoso. Mi camisa era una masa azul oscura, muy oscura, amoratada, en todo mi costillar derecho. Sus manos me obligaron a sentarme sobre la cama, a media luz, a medio de todo. Que silencio. Que dolor si flexionaba mi cuerpo. Su mirada recorrió nerviosa, pálida, los botones de mi camisa.

-Puedo hacerlo yo… -le sonreí tranquila. Mi voz era otra, parecía una suspención.

Negó con la cabeza. Por un segundo creí que oiría su preciosa voz, mis oídos rugían por extrañarla. No me había dicho nada desde ese corroído “mejor me voy” que había pronunciado casi con disgusto la última vez que se sentó en mi living.
Se hincó entre mis piernas, sus codos apoyados entre mis muslos. Comenzó con los botones desde abajo, soltándolos tan lentamente como le permitía el temblor de mi cuerpo. Cerré los ojos cuando llegó al último, mi primer botón, el primero de todos, pero su último. Muy pocas veces me había dado la libertad de desnudarme en su presencia y ahora era ella quien me desnudaba. Sostuvo un breve suspiro en la punta de su nariz que simplemente me hacía delirar. Tragó visiblemente y abrió la camisa con todo el cuidado que podría nacerle desde los mismos pies.

Yo ya no podía más. El cuerpo se me escurría cama abajo y el alma se alzaba en dirección opuesta. Jamás me he desmayado en la vida y anoche no fue la primera vez. Me mantuve firme, nauseosa, al borde de la cama.

Gimió cuando vio el corte que adornaba mis costillas. Parpadeó con fuerza.

-Dime algo –le supliqué despacio. Ella arrastró la mirada desde la herida hasta mis ojos con aires de inspección.

-Creo que debería llevarte a la clínica, es grande.

-Pero no se siente profunda… -sonreí de medio lado, al fin su voz.

-El agua oxigenada, los algodones y esas cosas…

-Siguen en el mismo lugar de siempre –terminé su frase bajando la mirada.

Se quedó ahí un momento y se levantó. Caminó hasta el baño de la habitación, escuché que revolvía cosas y volvió a mí. Me pidió que me recostara de medio lado, pero que antes terminara de sacarme la camisa y la dejara en el piso. La sangre estaba seca, no mancharía nada. Miró mi cuerpo medio desnudo y miró el interruptor que modera la luz. Vaciló un poco antes de encenderla por completo. Volvió a mirarme y yo sé que no respiró. Se sentó detrás de mí y empapó una mota de algodón con agua oxigenada para limpiar el perímetro del corte. Todos los músculos de mi espalda y los intercostales, se contrajeron por el dolor y el frío. El reflejo me costó el doble de dolor.

No recuerdo muy bien cuánto tiempo estuve en esa posición, por cuántos minutos sus dedos impolutos rozaron mi piel. Sin embargo me dormí. Me dormí al cabo de unos minutos de saber con cada milímetro de mí que ella no se iría al terminar. Su mano fue la culpable de mi rendición frente a mi inconsciente; si bien si derecha se ocupaba de mi herida, la izquierda acariciaba con movimientos circulares mi cabello. Yo sabía que simplemente adoraba pasar su mano una y otra vez por este desorden de pelo corto que descansa sobre mi cabeza y que un par de veces había logrado hacer unas trenzas diminutas de no más de siete centímetros…

Con ese pensamiento sustancia en mi cabeza, caí en sueños.
Me dormí pensando que adoraba acariciar… me.