February 24, 2006

Sette

Me necesita ahora.
Ahora mismo, en este preciso instante y no encuentro las llaves del coche. Corro por todo el maldito departamento intentando recordar dónde las dejé la última vez que me subí en él. Me rindo, cojo mi chaqueta de cuero, ni si quiera tengo tiempo de abrocharla, bajo las escaleras como celaje, ni me tomo la molestia de despedirme del conserje, a los pocos respiros estoy corriendo bajo una lluvia amnésica sin tener mucha idea a dónde es que ella está.

Sé que me necesita ahora.
Demonios. Olvidé el móvil. No me devuelvo, sigo corriendo. Intento no empujar a mucha gente, pero las calles están atiborradas de seres que no reconozco. Se me acalambran las rodillas y los ojos de tanto pensar dónde puede estar. Empuño las manos y suspiro inmensamente todas las gotas de agua que escurren por mi nariz, me atraganto, me ahogo, me muero si no llego a tiempo. Mis ojos ya son la ciudad y la lluvia misma, los cierro por un instante y sigo corriendo. Me golpeo los pies, me enredo y caigo en una maleza espesa de gente que me grita necedades. Me levanto y sigo mi vuelo sobre el pavimento. Ahora esquivo autos. Pareciera que sueño, pero no. Me duele una costilla. No, miento. Me duele todo mi costillar derecho. No creo sangrar aunque la tibieza de mi chaqueta se adhiere pegajosa a mi piel. ¿Qué más da?

Llego a las puertas de un edificio enorme. Rojizo.
Entro sin dar explicaciones, me detiene un portero, lo empujo. Escalo hasta el piso octavo, me quedo de pie frente al pasillo…

Tiene los ojos enrojecidos, inflamados. Está preciosa como siempre, adornada de angustia que yo sé cuál es su fuente. Me mira atónita, con una amalgama visual de preocupación, sorpresa, dolor, vida, sangre, alivio y muerte. Siento que floto lentamente hacia su cuerpo encogido, pero ella sabe que me tambaleo un poco al caminar, estas malditas costillas ahora no me quieren dar tregua y es el cuero el que se mancha con mi derrame.

-Hola –susurro una vez que la escasez de centímetros entre las dos es divina. Le sonrío adolorida, mojada, sucia. Feliz.

Su mar rompe contra las olas y me abraza con su llanto espeso. Se aferra a mi cuerpo machacado, roído por su ausencia. Ya no me duele nada. Sus labios son un bálsamo para la piel de mi cuello. Su cintura es la perfecta moldura para estas manos mojadas de tanto esperar. Mis hombros son su mejor soporte y mi mejor cualidad.

-Vamos a casa… –gimo de soledad.

February 17, 2006

Sei

Anoche la soñé descalza sobre una arena sin sorpresas. No era la misma chica de la cual yo me había prendido un segundo, parecía ser otra mujer. Esa que se me revelaba en la cama cuando sólo dejaba que yo bautizara sus poros con esta miel salivosa que se mezclaba con ese aroma azafranado de sus pliegues.
La soñé y no estaba en una cama, figuraba descalza, desnuda, descansada... Des-tinada a caminar casi sobre mis ojos sin que yo entendiera por qué esa noche, ese sueño. Yo la había arropado en un rincón de mi memoria para mantenerla como mártir por haberme soportado esos dos años en que yo seguía en busca de ese perfume que me hiciera delirar, ese que encontré y que ahora figura quién sabe dónde en los brazos de ese sujeto que me repugna.

Yo la había envuelto y ahora, con toda esa naturalidad sueca, volvía a mi cabeza seca de tanto esperar otros ojos que no fueran los que ya me sé de memoria y que nunca logro descifrar. Se apoderó de mi inconsciente con sus manos alargadas, blanquísimas, suaves, que jamás amé. Naufragó entre mis arenas con esa mirada tan azul como su suéter favorito, abrazó mi corazón y me redimí sintiendo un amor compasivo por esa criatura que dejó su vida por besar la mía sin encontrar respuesta, sin encontrar ni si quiera un pedacito de ese amor desenfrenado que se llevó dentro. Me hizo el amor por primera vez, en mi pensamiento, tan sólo suspirando contra lo que pensé que era mi cuello. Una vez más me dijo que jamás amaría a nadie más como me amó a mí. Lloré amargamente en el infinito que hay en mi cabeza, lloré de rabia porque no pude hacer nada y porque en ese mismo instante, desaparecí, no besé su frente, me hice el polvo que ella se haría también y no derramé ni una gota de sangre salada.

No amó a nadie más como amó a este pedazo de tierra, cenizas y palpitar.
Llanamente porque la vida se le hizo corta y no alcanzó...

Me arrepiento de haber sido yo. De que en su vida sólo hubiese estado yo, de que su vida sólo hubiese sido yo. Su mejor y peor elección. Aquí y allá... Donde su piel blanca perdura para siempre, en mi rincón apabullado de esta memoria que me hastía.