January 20, 2006

Quattro

Me alcanza una taza de chocolate caliente que acaba de preparar en mi cocina. Porque ya nada de esto es nuestro, ni si quiera si los toca con esas blancas manos de alargados dedos, intentando que su calor envuelva mis objetos fríos. Se sienta frente a mi, estudiándome, evaluando cada sorbo que quema mis labios, cada mirada que rehuye de la suya propia. Sus codos descansan sobre sus firmes muslos, tiene la espalda arqueada y su fino mentón reposa sobre esas ya mencionadas manos, ahora empuñadas como soporte.

El silencio es un hielo grueso extendido entre mis labios y los suyos que jamás han hecho contacto, que jamás lo harán. Yo no tengo el cuchillo para abrir el abismo y hablar, ella duda si pronunciar palabra alguna logre arrebatarme de mi estado tan taciturno.

-Te ves bien –susurra finalmente rascándose una ceja, disimulando su incomodidad de pésima forma. Ella no sospecha nada, ni si quiera mis ganas de abalanzarme nuevamente la ciudad y que cada gota se vuelva una espina que atraviese mi piel.

No le respondo y continúo bebiendo mi chocolate, escondida a medias tras la manta de polar que mantiene mi calor perdido.

-¿Cómo llegamos a esto? –cuestiona apresurando el tiempo.

-¿Qué es esto? –pregunto tan débilmente que ni yo misma me oigo.

-Mejor me voy –se levanta y camina hacia la puerta. Mi existencia se va con ella, le toma la mano, la besa, cierra los ojos y le murmura una vez más al oído que la ama. Mi cuerpo, por otro lado, se queda inmóvil en el sillón, sintiendo esa mirada de reproche cruzar sus ojos, abrir la puerta y marcharse donde no son mis labios los que le besan el cuello.

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