January 10, 2006

Uno

Hoy por la mañana creí que iba a morir con esas contracciones cardíacas tan intensas que lograron desmayarme. ¿La causa? Aún no logro descifrarla con precisión, pero creo que mi problema camina, pero lo hace en dirección contraria hacia mí.

Comenzó cuando encontré entre los platos –que no movía hace casi una semana-, una servilleta de color azul gastado, que decía muy orgullosamente “Te echo de menos”, con esa letra curvilínea que desde hace años roza lo indescifrable. Entonces, con el dichoso mensaje en la mano, me senté como pude al borde del mesón y ahí comenzaron los problemas. No podía sonreír, porque mi pulso fluctuaba entre dejarme llevar a cabo el gesto o simplemente dejar que mi rostro se lloviera como un diluvio negro. Miraba sus letras que parecían guiñarme una “o” y abrazarme fuertemente… Para decirme que se iba, que volvería y que no me preocupara por esperarla despierta porque tal vez –sí, tal vez- él quisiera invitarla a pasar.

Parte de mi sigue esperando que él ya no quiera, nunca más, dejarla pasar y así pueda volver aquí, a recogerse el cabello frente esos enormes libros de literatura barroca, a secarse las manos en cualquier parte menos en la toalla, a quedarse en vela cada noche, pensando si su soledad cederá alguna vez.

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