January 12, 2006

Due

Hoy es carnaval. La ciudad completa se viste de colores y lucecitas para recibir a los carros alegóricos que animan a la multitud rugiente, feliz y contenta de existir, de existirse los unos a los otros para alcanzar un trocito de la utópica felicidad. La ciudad completa, menos yo, que estoy sentada frente al fuego para ver si logro calentar mis congelados pies. Suena el teléfono y ninguna célula de mi quiere contestar. Cierro los ojos pensando en las últimas luces del año pasado que vivos juntas antes de dormirnos sobre la capota de mi coche, arropadas hasta las narices con nuestras espesas mantas de polar, agotadas de tanto reír, saltar y beber vodka tónica.

El maldito aparato vuelve a sonar y emito un sonido de puerta vieja. No quiero contestar. “¿Y si es ella?”, traiciona mi subconsciente. Entonces me levanto y murmuro un diga no muy contento.
-Vamos – me dice su voz aterciopelada desde el otro lado del auricular. Yo no puedo contestarle, cojo el aparato con más fuerza y me devuelvo al sillón, frente a la estufa, sin sentir mis pies. Sin sentirme en absoluto.
-¿Dónde…? – respondo después de unos minutos de silencio.
-A ver las luces... – me tiemblan las manos cuando oigo esa frase tan característica suya cuando es carnaval.
-No tengo ganas, peluche…

No tengo ganas. No tengo ganas… Peluche. Peluche. No tengo.
Mi voz retumba en todo el living. Abro los ojos y ni si quiera el teléfono se ha movido de su lugar. Miro en su dirección y parece que tampoco tiene antojos de sonar.