June 15, 2006

Ventidue

Parece que la cabeza me va a estallar y no hay gota de agua que calme el ardor que se expande dentro de mi cuerpo. Esta ducha parece eterna y no saco mucho con estar con la cabeza inclinada, los ojos cerrados y las manos apoyadas en los azulejos, dejando que el agua me escurra como siempre que quiero desaparecer. El baño ya está colapsado de vapor y siento que voy a desmayarme. Aprieto los ojos con fuerza, concentrándome en la tibieza de la pared bajo las palmas de mis manos, intentando bloquear por todos los medios la sensación que me provocó su voz al pronunciar esas dos palabras leídas de mi puño y letra. Rehuyo de mi respiración y mi nariz se ve abrazada por el agua tibia, qué ganas de ahogarme aquí mismo y no volver jamás.

Dejo de escuchar, de pensar, mi piel se vuelve una espesa amalgama de sensaciones, de algo que parece una excitación incontrolable y se acomoda en mi pecho como un espacio denso. Algo así como una burbuja de aire que duele porque quiere estallar y no logra averiguar cómo hacerlo, ni por dónde escapar. No puedo respirar y tampoco puedo dejar de hacerlo. Mi cabeza es un solo huracán.

Siento movimientos lejanos, sonidos de pasos que retumban con eco pesado entre mis sienes. Un suave click. Mis pulmones necesitan oxígeno pero no se los permito. De pronto una mano en mi espalda, una mano suave que yo sé que es blanca, que le pertenece. Abro los ojos bajo el agua y duele horriblemente. Ahora son dos manos que se escurren junto con el agua y de mi espalda pasan a mis costados, luego a mi panza y se quedan ahí, envolviendo. Necesito respirar y saco un poco la cabeza debajo de la lluvia cálida, lo suficiente para que mi nariz inhale. Se me eriza toda la piel al saber que su cuerpo comienza adherirse a mí, tan desnudo como mi alma. Parece que son sus labios en mi hombro. Sí, lo son, besa mi hombro derecho, respirando casi imperceptiblemente sobre mi piel, se deslizan hacia mi cuello, se sumergen en mi nuca, sus manos trepan desde mi panza hasta mis costillas medias y las rodean. Su pulgar izquierdo acaricia mi cicatriz y tiemblo.

Realmente son sus pechos los que se apoyan en mi espalda, son sus piernas las que están cubriendo las mías y son sus manos las únicas que logran traerme una calma violenta que me sacude de pies a cabeza. Me enderezo lentamente, abandonando la pared con mis manos, inclinándome levemente hacia atrás y me dejo sostener, con los ojos cerrados. Su frente está ahora apoyada en mis hombro izquierdo y su pelo comienza a mojarse junto con el resto de su cuerpo. Doy un paso hacia delante, arrastrándola conmigo debajo de la cascada de agua; mis manos se levantan hasta alcanzar las suyas y las desprenden poco a poco de mi piel. Giro mi cuerpo con suaves movimientos, para poder estar frente a frente y ahora su nariz roza la mía.

Abro los ojos y me ahogo en los suyos. Mis brazos se encargan de apropiarse sin permisos de su cintura resbaladiza y la acercan más a mí, hasta evitar los espacios vacíos entre ella y yo. No quiero mirar nada más, tan sólo perderme en ese intenso mirar. Presiento que va a decirme algo, pero me lanzo al abismo de su nombre con un beso sutil que bloquea sus palabras.

Abrazadas, mojándonos hasta los pensamientos, con mis labios sobre los suyos y los suyos entre los míos. Sus manos rodeando mi cuello, mis brazos agarrotados de emoción alrededor de su blancura inalcanzable.

Y mi alma extraviada en alguna parte de su agitado respirar…

June 04, 2006

Ventuno

-¿Qué es esto…? –escucho que su voz me pregunta a penas pongo un pie en el departamento.

-No estoy mirando, no sé que es esto –respondo cerrando la puerta con el pie, mirando las bolsas.

-Al parecer tampoco puedo pensarlas sin titubear cuando se trata de ti

Suelto las bolsas sobre mis pies y la miro con los ojos muy abiertos. Está sentada sobre el sofá, rodeada de mis papeles sin acabar, de mis palabras inconclusas, de una verdad garabateada. Entre abro mis labios para decirle algo, pero no sale nada de mi garganta.

-¿Qué es…? –me cuestiona con los ojos inflamados.

Agarra otro papel arrugado y relee. Lo deja sobre sus piernas y coge otro, desenvolviéndolo con esas manos blancas que me arrebatan el aliento.

-La letra te tiembla cuando escribes nerviosa –murmura leyendo concentrada.

-Sí… -digo con voz rasposa.

Me acerco hacia ella dejando las bolsas a medio camino. Mis dos manos están bañadas en sudor helado. Observo que sólo queda un papel a su lado sin leer y recuerdo que contiene sólo esas dos palabras. Me abalanzo sobre él antes de que ella pueda alcanzarlo y lo escondo en el bolsillo de mi pantalón. Nuestras miradas se encuentran, ella sentada con los ojos vidriosos, yo de pie con el corazón roto.

-Dámelo…

-No, este no –respondo firme, mirando el suelo con fijación enfermiza.

Se pone de pie y quedamos juntas, su respiración calmada sobre la mía agitada. Una de sus manos se apoya sobre mi hombro, la otra fuerza a mi mentón para que se alce. Su nariz roza la mía, cierra los ojos y los míos se adormilan junta con el roce de sus labios sobre los míos. Nuevamente esa suavidad celestial atrapa mi boca y me aturde, siendo la tibieza de su lengua rozar mis dientes, dejo de pensar en el resto de mi cuerpo. Me transformo en mis labios, en su calidez, en mi torpeza y en la cantidad de mariposas que elevan mi alma por sobre nuestras cabezas.

Se separa de mí y apoya su frente en la mía. Siento que sonríe y yo ya no tengo más el papel en mi mano. Se vuelve a sentar, yo no puedo moverme. Lee en voz alta.

-Te amo…

May 20, 2006

Venti

¿Será esa la primera vez que realmente escribo una carta? Podría ser que sí, mi única salida volcada sobre un papel, con mi letra tan amorfa y mediana.

“No sé cómo se hace esto, jamás le he escrito nada a nadie que no sea mi madre y sabes bien que en las postales escribo dos líneas y ya me siento toda una literata. ¿Por dónde empezar? Ya sé, por el principio… Tengo la sensación de que cuando leas este mal chiste, sonreirás igual y me darán ganas de estar contigo para disfrutar esa sonrisa. Creo que me estoy llendo por la tangente…
Bueno que te escribo para contarte qué soñé…”.

-Mierda… -arrugo la hoja y la empujo hacia delante del mesón.

“Buenos días, escribo esto mientras aún duermes y me has dado la espalda toda la noche. No soy una experta escribiendo cartas, ya sabes que mi único acercamiento a un papel y un lápiz ha sido las postales a mi madre… Pero hago un esfuerzo para contarte algo que se me atraganta en la garganta siempre que intento decirlo. Quizás si te contara mi sueño podrías entender… O probablemente no entiendas nada porque no tengo idea cómo escribir y cómo explicar las cosas que me pasan. Ni si quiera puedo hablarlas bien sin titubear… Al parecer tampoco puedo pensarlas sin titubear cuando se trata de ti…”.

-Al parecer tampoco puedo pensarlas sin titubear cuando se trata de ti… -arrugo el ceño-, qué patético suena eso.

Vuelvo a arrugar el pedazo de papel y lo junto con el primero. Intento nuevamente con otra hoja en blanco y siento que mi comienzo es cojo, sin consistencia. Vuelta a hacer una bolita blanca y acumularla con los otros dos. Me paso una mano por el pelo con algo de desesperación al no encontrar las palabras exactas que logren definir y explicar todo lo que me ha pasado durante años.

“Te amo...”.

Observo la hoja en blanco y en el medio esas dos palabras temblorosas de mi puño. Si me acerco a mirarlas bien, puedo observar la fina veta del bolígrafo negro y siento que está todo mal, todo imperfecto. La arrugo. Que frustración no poder decirle todo. Agarro el último papel que me queda y miro la enorme pila de bolitas blancas.

Suspiro. Escribo dos líneas y las observo con crítica. Hasta ahora, es lo mejor que ha podido salir de mi…


“Voy a comprar pan…
Si necesitas algo, llámame al móvil”.

May 17, 2006

Diciannove

Me despierto con un sobre salto, no recuerdo muy bien qué he soñado, sin embargo tengo una extraña sensación en la piel. No hay mucha luz en la habitación y siento que ella está a mi lado, giro la cabeza y veo su nariz muy cerca de mi. Alzo una mano y me la paso por los ojos con malestar, tengo el cuerpo molido y parece como si mi cabeza estuviera inyectada de plomo. Intento enderezarme, pero su brazo derecho rodea mi panza y prefiero no moverme.

-¿Dónde vas…? –murmura adormilada.

La miro y de a poco caigo en la cuenta en lo que le dije horas antes. Le sonrío y beso su frente. Estira y encoge su cuerpo con una sonrisa que jamás le había visto.

-¿Y eso por qué…?

-Porque sigues aquí –le digo suavemente, me mira sin entender.

-¿Debería haberme ido? –se endereza un poco y me mira.

-Con todo lo que te dije… -dejo la frase suspendida en el aire y me mira completamente extrañada.

-No me dijiste nada… -ladeo la cabeza-, después de que llegó seguridad, entramos a la habitación, te curé las heridas y te dormiste antes de que terminara con tu frente…

Siento un breve mareo y cierro los ojos. Me acuesto de espaldas al colchón, el mundo me da vueltas y las nauseas se me acumulan en la garganta.

-Maldito sueño… -murmuro con el ceño fruncido.

-¿Qué me decías?

-Nada… Nada que realmente valga la pena –suspiro girándome y dándole la espalda.

-¿Estás segura? Porque de todos modos, tenemos una conversación pendiente –se apoya en mis hombros y susurra sobre mi oído.

-Creo que ya no tenemos nada de que hablar…

-Pues sí, antes de que te enfrascaras luchando con mi ex, teníamos un diálogo bastante importante –su mejilla se apoya sobre mi pelo, su respiración ahoga mi oreja.

-Ya me dejaste más que claro que no querías que fuera tu niño –murmuro aún con los ojos cerrados.

-Eres mi mejor amiga…

-¿Y esa es la razón para terminar con él por mi? –la ironía emana de mi garganta.

-No me interrumpas –sus dedos se cuelan entre mis ropas y acarician mis costillas-, no quiero que seas mi niño porque no necesito uno ahora… Y eres la razón porque siempre me dijiste que él no era bueno para mi y tenías razón… Siempre la tienes.

-¿Eso es todo? Me dijiste que… -me detengo contrariada-, no me dijiste nada, lo soñé todo.

-¿Puedo saber qué soñaste? –siento que sonríe.

-No.

Mi voz es una roca y sus manos sobre mi piel se detienen. Se escurren nuevamente y me abandona el calor de su alma.

May 15, 2006

Diciotto

No puedo dejar de mirar su cuello desde abajo, si tan sólo pudiese tener una cámara incrustada en el cerebro para mantener esta imagen siempre. Me arde el alcohol en la herida que tengo en la frente, sin embargo su mano en mi nuca me distrae y su cuello me transporta. Nada más me duele cuando está conmigo, de pie, tan cercana a mi que me siento diminuta; concentrada con la lengua entre los labios, limpiando toda una vida de defensas, todas las cicatrices que mantengo por ella. Su mano abandona, junto con el algodón, mi frente; me empuja hacia atrás y queda frente a mi, en mi horizonte sus ojos y rene a mi nariz su respirar. Mira mi labio inferior, la comisura izquierda.

-Eso va a estar inflamado por un tiempo –me dice sonriendo de medio lado.

-Me siento tan sensual en este minuto –bromeo entre dientes.

-¿Dónde aprendiste a golpear así? –se sienta entre mis piernas.

-Instintos, supongo... De todas las palizas que me han dado, aprendí algo –me encojo de hombros.

Alza su mano derecha y me acaricia mi mejilla sin daños. Me apoyo en esa caricia y cierro los ojos, jamás me había sentido tan en casa como ahora. La escucho suspirar. Trago con dificultad, tiene algo que decirme, lo presiento.

-No sé que hacer… -pronuncia suavemente, con voz de angustia.

Abro los ojos y la miro fijamente. Tiene sus pupilas dilatadas, saturadas de brillantez. Me inclino hacia delante y rozo su nariz con la mía, como lo he hecho desde que nos dormimos esa vez estudiando para la única clase que hemos tenido juntas.

-No hagas nada… -murmuro besando la punta de su nariz-, puedo acomodarme a cualquier decisión que tomes.

-Es que no sé que decisión tomar –se acerca más a mi y sus labios rozan los míos, no sé si con o sin querer. Me abraza y se me paraliza el corazón, para después desarmarse en un pulso disparejo.

-Hace 25 años que te gustan los niños –murmuro junto a su oído y siento que el cuerpo se le contrae-, yo podría ser un…

-No lo digas, no quiero que seas un niño –se separa de mi, mirándome con desesperación, al borde del llanto-, entiéndelo… Me gustas como estás… Me gustas sin esa venda absurda alrededor del pecho… Me gus…

Pongo un dedo sobre sus labios de espuma.
Nos miramos en silencio, sus ojos cristalizados son una eternidad burbujeante y el sello de mis dedos sobre sus labios me quema hasta la última curva de mis huellas digitales. Deslizo el índice hacia un costado y doy paso a mi pulgar entumecido, que recorre un lento caminar sobre esa suavidad imposible.

-¿Tienes idea de lo que me provocas si me dices eso? –le pregunto lentamente que mi voz se deforma. Niega con la cabeza.

Abandono su rostro con languidez y miro hacia el suelo alfombrado que se extiende bajo nuestros pies. Alargo mi brazo hasta alcanzar su mano y la ubico sobre mi corazón. Incluso a través de su piel puedo sentir mi desbocado latir.

-Cada vez que estás cerca late igual –murmuro-, cada vez que me miras se acelera… Cada segundo que duran tus sonrisas se detiene y vuelve a reanudarse excitado… No tengo una explicación lógica porque la costumbre de años me tiene completamente domada.

-¿Años?

-Años… -la miro brevemente a los ojos-, desde que viniste a dormir aquí la primera vez y no pude dormirme a tu lado.

-Esa noche te fuiste –me responde contrariada.

-Claro que me fui, me fui después de dos horas y veintidós minutos de verte dormir –sus ojos se agrandan incrédulos, le sonrío un poco-, sí… Aún recuerdo con exactitud el tiempo en el que…

Muerdo mi labio inferior y me inclino hacia delante, moviendo su mano de mi pecho, pasándola por detrás de mi cuello. Mi frente adolorida se adhiere a la suya. Su respiración es lenta, casi inaudible. Sus ojos se esconden tras esa espesa capa de bellas pestañas, dándome paso a terminar con todos estos años de silencio hermético.

-En el que me enamoré de ti para siempre…

May 11, 2006

Diciassette

-Parece un maricón de barrio – murmura y me río.

-Bueno no lo es… -su voz suena incómoda.

-No tienes idea – pronuncio con lentitud, moviendo su brazo, acercándome a él. Le pongo las dos manos en los hombros y lo empujo suavemente hacia el pasillo-, ¿sabes por qué no tienes idea, imbécil?

-Sácame tus manos de encima – aprieto con fuerza sus hombros y se queja un poco.

-Responde.

-No, no sé… -hace una mueca de dolor cuando mi pulgar se clava en el borde de su clavícula.

-Porque soy una chica –le sonrío y se queda paralizado. Le quito las manos de encima y pongo una en el tiro de mi pantalón, apretándola contra mi-, aquí no hay nada… Ahora lárgate.

Retrocedo y le cierro la puerta en la cara. Apoyo mi frente en la madera lisa. Siento que me abraza la espalda. No estoy tranquila, necesito una explicación.

-¿Qué fue todo esto? – le pegunto girándome, ella no se aparta de mi y se apoya en mi pecho.

-No lo sé.

-¿Sabes? Siento que es él es mi versión masculina muy poco pulida y brutal – frunzo el ceño molesta.

-Créeme que es sólo lo físico –me sonríe de medio lado-, ¿podemos no hablar de esto?

-No, no podemos –la miro fijamente y la separo de mi-, ¿qué vino a hacer aquí?

-Volver conmigo…

-Oh, que brillantez – suspiro con ironía y la aparto completamente de mí.

-No me hagas esto.

-¿Esto qué? Si yo no he hecho nada, es él el que vino, es el amor de tu vida – remarco con saña y una veta de dolor se cruza en sus ojos.

-Sabes que no…

-Sé que sí, me lo has repetido desde que tengo consciencia – me dejo caer en el sofá-, entonces me disculpo, lamento haber arruinado tu momento… Ve a buscarlo, probablemente siga paralizado afuera.

-No lo haré, no quiero hacerlo… - se sienta junto a mi-, dije que tú eras la razón.

-¿La razón de qué, dime? – estoy tan confundida y molesta que me es imposible apreciar su ternura con la que me habla.

-De que terminarlo todo con él… - me desarmo.

Me giro y la miro fijamente a los ojos. No está mintiendo y siento un calorcito extraño medio a medio en mi pecho. Sin embargo se apaga rápidamente.

-Tengo que preguntarte algo – desvío la mirada.

-Dime…

-¿Puedo…? - aclaro mi garganta-, digo, ¿te gustaría que yo fuera tu chico? Porque puedo hacerlo, ¿sabes? Tengo todo para poder lograrlo, para tener lo que necesitas y… Y…

-Detente – su mano se alza y su índice toca mis labios, la miro y tiene fruncido el ceño-, no quiero que seas mi chico…

Se me detiene el corazón. Aclaro nuevamente mi garganta, intentando no quebrarme tan limpiamente delante de su mirar; me pongo de pie y camino hacia la puerta de entrada. Miro por el espía y ya no hay nadie. Giro el pomo y abro la puerta. Doy dos pasos hacia fuera y siento que hay movimiento en mi costado izquierdo. Un golpe seco me bota al suelo. Sacudo mi cabeza aturdida y lo veo de pie, casi sobre mí. Me levanto y lo encaro.

-¡No salgas! –exclamo cuando siento que ahoga un grito.

-Maldita puta –murmura el sujeto y lanza otro gancho que esquivo.

-Tendrás que ser mejor que eso – adopto posición de combate callejero y escupo la sangre contenida en mi boca.

Se abalanza sobre mí con torpeza y pasa de largo, llegando a la otra pared del pasillo. Me pongo a sus espaldas esperando que se gire. Vuelve a lanzarse sobre mí pero no logra nada y mi codo se incrusta en su nuca; queda atontado y sacude la cabeza de lado a lado para aclararse, pero yo sé cuán borroso ve. Miro hacia la puerta y la veo allí de pie, horrorizada.

-Entra, no mires esto – le digo con suavidad-, por fav…

Golpea mis riñones y exhalo con pesadez, me tambaleo un poco, pero logro mantenerme de pie. Ahora sí vuelvo a sentir toda esa rabia de hace veinte minutos atrás. En dos movimientos lo tumo en el piso, sangra de una ceja y no puede respirar bien.

-Te dije… -jadeo-, que tendrías que ser mejor que eso.

-Eres una… - no termina la frase y mi pie, completamente desnudo, se incrusta en sus costillas. Ahoga un aullido de dolor.

-Llama a seguridad – me giro para mirarla, empapada en llanto-, hazlo, por favor… No quiero matarlo.

Intenta ponerse de pie y retrocedo. No lo logrará, tiene el costillar partido en dos. Gime de dolor y vuelve a quedarse acostado, con los brazos en cruz, con los ojos cerrados. Vuelvo a acercarme a él y me inclino.

-Te vuelvo a ver una vez más en este edificio o cerca de mi o, en su defecto, cerca de ella… Y no tendré la misericordia que tengo ahora.

-No tienes lo que ella necesita… – dije entre dientes y con mucha dificultad.

-No… - murmuro muy cerca de su oreja rasgada-, pero eso lo decide ella, no tú…

May 09, 2006

Seidici

Siempre he sabido que el tiempo es incontrolable, sin embargo esta vez ha ido más rápido que mi propia sangre y ese beso aquel está una semana atrás que la memoria de su saber. Al final de todo, tengo los pasos desgastados, las manos sucias y los ojos secos de tanto observarla. Ha salido dos veces del edificio, una hace tres días y la otra, ahora. Ya no tengo nada que perder y extraño el olor a mi departamento, no quiero más moteles y cuerpos de los cuales ni el nombre supe; no quiero vagar más, no quiero perderme.

Camino desde la esquina opuesta al edificio por la vereda de en frente, asegurándome que ella hubiese desaparecido. Una vez frente a la enorme puerta de vidrio, cruzo la calle desierta y me abalanzo con ímpetu hacia el interior, con la adrenalina al tope de desbordarse por mis poros. Subo por las escaleras, jamás me han gustado los ascensores; hurgo las llaves en los bolsillos de mi abrigo y entro al departamento.
Huele a mí, a ella, a nosotras. No ha traído a nadie aquí, lo sabían mis ojos, pero necesitaba comprobarlo con mi cuerpo completo. La sala de estar está intacta, la cocina también. Entro a la habitación y me encuentro con que ha estado durmiendo sobre el cubrecama cubierta con su frazada favorita. Me siento un momento y abrazo esa manta tan gruesa que me acalora inmensamente con sólo mirarla; está cargada con su perfume que me trastorna, que es dulce lo justo y necesario, sin relajar mis sentidos para hostigarlos.

Quizás tenga tiempo para darme un baño, siento que apesto a olores extraños que no quiero que huela en mi.
Me desnudo rápidamente y entro a la ducha. La sensación del agua escurrir sobre mi me obliga a pensar que lavo mi alma, que todo mi pasado se va junto con ella acueducto abajo y que podría ser que quede digna de tener una respuesta de su parte. Esa respuesta a la interrogante que he querido preguntarle hace días.
Corto el agua, cojo una toalla, me seco con frenesí. Ya no existe tiempo para peinarme. Me visto nuevamente, con ropas limpias, con ropas que me hagan parecer niño otra vez. Busco la venda entre los cajones pero no la encuentro por ninguna parte, corro a la habitación y la encuentro debajo de mi almohada. Mi mente no alcanza a mecanizar una pregunta, tan sólo envuelvo la tela en mi cuerpo como la primera vez.
Me miro en el espejo y por primera vez me siento atractiva. Escucho la puerta.

Me asomo en el pasillo y ella está de pie, dejando unas cosas en el mesón de la cocina. Mi garganta está anudada, pero al moverme, nota mi presencia y las llaves se deslizan de su mano, cayendo al piso con un ruido sordo. Camino, descalza, hacia ella y nos enfrentamos con un silencio abismal, de esos donde yo sé que puedo salir tan cual entre, vacía, sin nada.

-Hola… - mi voz es calmada y no logro creerle, pues mi corazón va a una velocidad olímpica dentro de mi pecho.

No me dice nada. Inspecciona mi cuerpo, mi pelo, mis ojos, mi piel, mis labios. Mis manos y los dedos desnudos de mis pies asomados bajo el filo del los pantalones. Alza una mano y acaricia mi mejilla con una sutileza desgarradora. No me sonríe. No llora. Nada. Parece una piedra. Me acerco un poco más a ella, que se mantiene firme, de pie, delante de mí. Mi mano toma la suya, la que está en mi mejilla todavía y la obliga a rodear mi cuello. Nos abrazamos. Mi brazos están firmes rodeando su cintura y los suyos se aferran a mi nuca con una especie de culpa que no quiero descifrar aún. En la garganta tengo anudadas dos palabras hace años, dos palabras que lo cambian todo, que son un cliché en las novelas románticas, pero que en la vida real jamás se adaptan a un buen final cuando hay que calzarse mis zapatos.

-Tengo que… -digo lentamente, pero noto que la puerta está entre abierta - …dejaste la puerta sin cerrar.

En ese mismo instante, aparece. La pesadilla, la única que ronda mi cabeza día y noche, ahora se materializa en un cuerpo menudo, de pelo oscuro, mandíbula firme y postura que roza el plagio de ser… Yo. La suelto con delicadeza y entonces es ella quién está en medio de él y de mi. De mi con una furia contenida que hierve mi sangre y hacer borbotones en mis puños. Verlo por primera vez y en mi departamento, en un momento crucial para mi vida, me inspira homicidio.

-¿Qué hace él aquí? – pregunto con la voz bañada en rabia y frustración.

-No es lo que piensas – sus ojos sean tan brillantes que me reflejo en ellos.

-Creí que vivías con tu mejor amiga – dice él un tanto confundido-, ¿quién es él?

-¿Él? – sonrío triunfante y murmuro-, tengo una alergia violenta contra la estupidez humana…

Ella me da la espalda, lo mira. Se miran y me repugno. ¿Cómo es posible que no entienda nada? Enderezo mi columna y espero a que le diga algo.

-Él… - comienza despacio, nerviosa hasta las raíces de sus pies-, bueno él…

-Termina de una vez – su voz es tan brusca que reacciono.

-No le hables así – doy dos pasos, pero me detiene con su mano en mi muslo, creando una barra con su brazo.

-Él es la razón.

Concluye y los ojos de él son un torbellino de vergüenza. Por mi parte no entiendo nada y miro su perfil, estoy tan cerca de ella que podría besar su sien. Él no se mueve, nos mira fijamente y veo como aprieta sus puños. En ese mismo instante noto el enorme parecido físico entre él y yo, claro que él tiene más pelo, más de todo eso que no me puede gustar, que lo hace tan hombre, tan bestia.

April 20, 2006

Quindici

De tanto en tanto me molesta esto de tener cuatro patas, de empaparme bajo una lluvia infernal que se escabulle entre mi pelaje y se queda ahí, amenazándome con una pulmonía letal. O quizás no me molesta, derechamente me deprime; esto de no tener una mano firme para abrir una puerta y escabullirme dentro de la tibia oscuridad humana que alberga todas esas fantasías de mi bestialidad.

Sin embargo tengo mis momentos de locura y contraste, donde mis ganas de encorvarme bajo un sol cargado de responsabilidades y marcharme con un tanteo cuadrúpedo, superan cualquier atisbo de anhelo. Entonces vuelvo a mirarme los pies, aprecio las garras, las almohadillas y la marca registrada de que el fin de mi rumbo está teleológicamente marcado por las manchas en mi alma; en ese instante donde acepto mi realidad brutal, donde me envuelvo en mi esencia... Siento nada.

Aunque a ratos pareciera que mi tristeza es mejor que todas las expuestas y mi alegría, una composición sobre-actuada.

April 16, 2006

Quattordici

-Estoy acostumbrada a ti –me dice en cámara lenta, parpadeando con cada sílaba a causa de la luz del sol en su rostro.

La miro seria, impávida, acústica. Estiro mi cuerpo sobre el sofá y mis dedos alcanzan el pequeño cajón de la mesita auxiliar; la miro de reojo cuando noto que observa mis movimientos. Cojo firmemente la cigarrera, arrebato un vicio con mis labios y puedo palpar la falta de aire en sus pulmones.

-Así que acostumbrada a mí –digo finalmente exhalando mi vida envuelta en gris humo.

-¿Desde cuándo estás fumando de nuevo? –su voz se torna oscura, casi críptica.

-¿Eso qué importa? –mis piernas largas se ovillan y me hago con ellas una masa indescriptible.

-Me dijiste que no lo harías –está tan dolida que sus labios se escurren.

-Pero no lo prometí…

Quizás sea mi pequeña venganza a su frase desgarradora con la que abrió nuestro silencio en millones de mutismos diminutos. Es la satisfacción de lastimarla de vuelta de tanto en tanto para que no se acostumbre a mí, para que no me quiera y yo así languidecer bajo el crepúsculo de la culpa.

-Que decepción… –murmura mi nombre turbulentamente después de una pausa.

-¿Lo es? Sí, bueno. Yo creía que no era costumbre lo nuestro.

-¿Nuestro?

-Amistad, como quieras decirle –desvío la mirada estupidizada por la brutalidad de mi inconsciente.

-¿Cuál es el problema que está acostumbrada a ti? –su cuerpo se desliza para quedar frente a mi.

La miro entre las borrascosas bocanadas de sangre seca de mi garganta. La miro y no me dice nada en absoluto, no nos comunicamos cuando me encierro con fluida ironía; es más, su alma se escapa de mi cual presa de psicosis. Me desarmo físicamente y me acerco más a ella, con el humo en los ojos, en las orejas. Mi pelo es una llamarada oscura que amenaza con reventar su voz en gotas de mercurio divino. No sé cómo ni cuando, siento sus labios presionados contra los míos aromatizados de tabaco, siento mi cobardía escaparse por el ventanal chorreado de sol y pretendo sentir que mi mano acaricia su nuca desnuda de cualquier cabello.
Pretendo que no se me escape una diástole cualquiera en esta milésima de segundo que determina mi vida y la suya. Su costumbre y esta piel sin escaras.

Abandono su textura increíble. Tiene los ojos cerrados y entonces yo apago el cigarrillo en la suela de una de mis botas. Alzo mi pecho sin gracia por sobre su cabeza, volviendo a quedar de pie, junto a su boca.

-La gente acostumbrada... –rozo sus labios nuevamente con cada letra rematada-, ...no siente amor.

Enderezo mi espalda, cojo mi chaqueta. Camino hacia la puerta sin llaves, sin lentes oscuros. Sin embargo, me marcho con todas las incertidumbres universales.

March 18, 2006

Tredici

Abro un ojo y mi visión es únicamente nebulosa con ciertos colores. Frunzo el ceño y me paso una mano por los ojo, removiendo una cabellera que ciertamente no es mía. Es sueño me abandona paulatinamente y descubro que entre mis brazos yace dormida profundamente, mi nariz está a la altura de su cuello y sus manos sueñan debajo de las mías. Me despierto un poco más, el sol todavía se arropa en su cama, sin embargo amenaza con desperezarse en unos minutos. Remuevo mis brazos, intentando no moverla y la miro fijamente.

Paso nuevamente una mano por mis ojos y abandono la cama, buscando mi camisa. Cojo mi móvil que dejé sobre su mesa de noche, busco mis botas debajo de sus pantalones y camino hacia la puerta de la habitación. Me visto en silencio, observando su melena oscura, su desnudez ahora insípida. Aún en calcetines, camino hacia el hall de departamento en busca de mi chaqueta. Una vez fuera de allí, me calzo las botas para poder encaminarme a casa.

La ciudad es torpe cuando son las cinco y media de la mañana. Las calles se estiran y los edificios parecen bostezar. Me pregunto qué estará ocurriendo en mi habitación, si ella estará durmiendo o si quizás ha notado mi ausencia. Camino con las manos en los bolsillos y me cruzo con un par de perros curiosos y sin escrúpulos, que bucean en la basura de un restaurante para servirse el desayuno escrito en su menú instintivo. Me adentro en los abismos de una plaza desierta y helada, con un poco de escarcha en el pasto. Un banco me espera con los brazos abiertos, me siento en él y enciendo un cigarrillo; quizás estos son los mejores momentos para cuestionarse la vida, porque no hay nadie, porque soy nadie y porque no hay ni un alma si quiera que pueda esperarme como yo me desespero sin ella.

Aspiro la humedad del ambiente y sonrío un poco, no es tan malo tenerla sin hacerlo, que viva en mi, conmigo, aunque sin mi. La calma me ha vuelto a las manos y ya no tiemblo a oscuras abrazando a mi soledad, ahora es ella quien me abraza de tanto en tanto, cuando se demora en llegar junto a mí a la cama o cuando me siento en estos bancos a suicidarme lentamente.

-Mierda –murmuro de pronto, zafándome bruscamente de mis pensamientos. Me levanto un poco para sacar el móvil del bolsillo trasero de mi pantalón. Tengo un nuevo mensaje.

“¿Dónde estás…?”. Sonrío meneando la cabeza levemente.
Me levanto del banco, le agradezco su solidaridad y camino por la calle lateral de la plaza hacia adentro. Apuro, sin quererlo, los pasos y llego en quince minutos al edificio. Subo por las escaleras y en la puerta me detengo, cojo el móvil y envío un mensaje.
“Justo al otro lado de la puerta”. En ese instante escucho que suena el breve aviso desde adentro del departamento, unos pasos ligeros, la llave de la puerta, se gira la manilla y nos encontramos frente a frente.

-No me digas nada –susurra abrazándome fuertemente-, no quiero saber ni dónde ni con quién.

-Yo tampoco lo sé –acaricio lentamente su pelo con un poco de congoja por sus palabras-, entremos, necesito un café.

Entramos juntas y una vez en la cocina me doy cuenta de que hay una taza a medio llenar de cafeína cargada y que parece haber sido usada más de una vez. Agarro la taza con mi mano izquierda, me doy vuelta para mirarla y noto las enormes ojeras bajo sus ojos.

-No pude dormir… -confiesa con un poco de rubor en las mejillas.

-¿Por qué…? ¿Pasó algo? –pregunto dejando la taza en el lavavajillas.

-No… -desvía la mirada y me preocupo.

-Anda, dime –me acerco quitándome la chaqueta de encima y dejándola sobre el mesón.

-No estabas tú –sus ojos atraviesan mi cuerpo y me quedo helada-, no sabes lo extraño que es estar en tu cama sin ti.

-Créeme que lo sé –sonrío un poco-, estuve en esa cama sin mi todo el tiempo que no estuviste…

Sus ojos se cristalizan y frunce el ceño con una rudeza que no había visto jamás. Murmura algo que no logro descifrar y desaparece por el pasillo con dirección a la habitación. Me quedo de pie entre el living y la cocina, estupefacta, aturdida; miro hacia el fondo del pasillo, sintiendo como una nube de polvo pegajoso se adhiere a mi piel, la vista se me nubla y tan sólo loro afirmarme del mesón. Boto mi chaqueta y sacudo la cabeza para despejar mi cerebro.

-Has entendido todo mal –alzo la voz y escucho que la puerta de la habitación se cierra fuertemente. Me abalanzo pasillo hacia adentro y me apoyo-, no es lo que estás pensando.

-¿Y qué sería eso? –responde desde adentro con tintes de rabia en la voz.

-Que estuve en camas ajenas de mujeres que ni yo misma sabría reconocer ahora –murmuro un poco asqueada-, no fue así, estuve encerrada entre estas cuatro paredes todo el tiempo que te marchaste… No salí a ninguna parte, me olvidé del mundo… Mandé todo a la mierda y a mí también.

Siento que se acerca a la puerta y la abre un poquito. No empujo, ella tampoco me invita a pasar.

-Te esperaba todos los días –confieso angustiosamente y logro que abra un poquito más.

-Nunca me llamaste.

-¿Para qué…? –asomo mis dedos por el espacio.

-Para preguntarme cómo estaba, si todo iba bien, si te extrañaba…

-¿Me extrañaste?

-Horriblemente –sus dedos atrapan los míos al otro lado y abro la puerta completamente.

-¿Me dirás qué pasó? –me acerco a ella y nos sentamos en la cama. Niega con la cabeza-, está bien… No insistiré.

Me levanto de la cama y me desvisto dándole la espalda, dejando la ropa plegada a un lado. En el minuto de quedar en pantaletas, sus manos rodean mis costillas y sus dedos pasan por encima de la sutil cicatriz que me dejó la herida. Me invita a girarme lentamente, sus ojos recorren mis costillas y nada más que mis costillas. Luego me mira y me ahogo en el castaño de sus ojos…

-¿Se fijó en tu cicatriz? –me pregunta y entiendo que se refiere a la chica de anoche.

-No lo sé…

-Es preciosa, me gusta –dice sin sonreír-, va a recordarme siempre a quién tengo como ángel guardián... Y no podría ser mejor.

March 15, 2006

Dodici

Y bailamos.

Así de simple; bailamos por unas buenas horas, después de que insistí con lavar todo, botar las cajas vacías y ordenar el living. Ella se había ido a la habitación, pero me adelanté y le dejé una nota en una servilleta sobre la almohada que decía: "Devuélvete". Así lo hizo. Cuando volvió, yo ya tenía el ventanal abierto de par en par, con ese frío violando mi departamento. Me miró con ojos saltones y en seguida acarició sus brazos por el helado susurro del aire. Le sonreí encendiendo el equipo de música, me acerqué a ella y la abrigué con mi camisa.

-Me dijiste una vez que…

-Si fueras niño bailaríamos –me miró con profundidad y se acercó más a mi cuerpo, rodeando mi cuello con sus brazos, obligándome a rozar débilmente su cintura.

-Sí… -musité con un tembloroso tono de voz-, ahora soy algo como eso.

-Para mi sigues siendo tú –murmuró junto a mi cuello.

-¿Y por qué estamos bailando entonces? –cerré los ojos con pesadez.

-Porque siempre he querido bailar contigo…

Esas seis palabras que emanaron de sus labios como caudal directo me detuvieron el corazón con el pulso en alto y sin ninguna munición. Mi cuerpo se sacudió con un temblor tibio, recorrió las fibrillas de mi existencia e hirvió en la punta de mis dedos que acariciaban lentamente su sacro. Me suspendí en su aliento espumoso y creí morir, sosteniendo la más maravillosa de todas las creaciones terrenales que podrían haber trastabillado con mi camino tan bizarro de piedras irregulares. Sentí como lentamente y sin pensarlo, mi columna se curvaba lentamente para envolver su menudez, para aferrarse de su ser y sentirme a salvo por al menos un par de minutos. Nos mantuvimos así por un par de horas, moviéndonos casi imperceptiblemente junto a la música taciturna, sin decirnos palabra, bailando como nunca nadie ha podido demostrar tal fidelidad rotunda en formas tan lacias como mis brazos en su cintura, como sus dedos entre mis cabellos...

Ahora mismo, ella enfrenta el cielo oscuro de la habitación y no sé si está tan despierta como yo, tan agitada como este motor ensangrentado que jamás me da tregua. Estamos las dos de espaldas, ya no nos movemos, ni si quiera nos rozamos. Los dobleces de las sábanas y frazadas nos separan tan abismalmente que el frío traspasa mis ropas como suaves navajas, ya no tengo su calor divino que envolvía hasta mis pensamientos, está a centímetros de mí y parecen un millar de estados. Cierro los ojos pidiendo clemencia a mi mente traicionera que evoca una canción sin detenerse, meciéndose entre tonos melancólicos que amenazan con tomar fuerza para escaparse entre mis dientes. ¿Y si duerme? Y si, peor aún, ¿respira el aire que abandona mis pulmones?

-Daylight comes / daylight comes… And you’ve to go –mi garganta comienza a cantar con gravedad murmurada sin poder atrapar cada palabra emitida-, breaks my heart / breaks my heart to have to watch you go… Wish I knew / wish I knew when you'll be back again… However long / it's just too long until we meet again…

Se mueve un poco a mi lado, pero no está despertando. Siento que su aliento me envuelve y se acerca más a mí. Su brazo busca mi brazo, luego mi panza y termina rodeándome. Acomoda su cabeza en mi hombro y suspira cansada. Trago con dificultad y noto que no está despierta, pero dudo abiertamente si está dormida. Mi pecho ya no es una tabla envuelta en tela, pero aún así su mano se deja estar allí, medio a medio sobre mi arrebatado corazón.

-Stay now / stay now just a little more… ‘Cause this love / this love is what living's for… -muevo un poco mi cabeza y beso su frente impoluta, durmiente-, stay now…

March 12, 2006

Undici

Salgo de la ducha entre vapores y olores limpios. Seco mi cuerpo con rapidez antes de que se enfríe y me miro en el espejo. Con el pelo mojado y en todas direcciones, parezco un chico afeminado a mal traer. Automáticamente pienso en ella y miro mi cuerpo de mujer sin curvas. Tengo plena consciencia de que en alguna parte de este baño guardo una venda larga; vuelvo a mirarme y pienso un segundo la idea.

La busco en los cajones del mueble que ocupa toda una pared. Registro cada centímetro con una excitación nueva corriendo por mis venas y en el momento de encontrar el rollo de tela color beige, sostengo la respiración. La desdoblo de ella misma y la vuelvo a enrollar, pero esta vez alrededor de mi cuerpo, cubriendo y apretando con fuerza mis pechos casi inexistentes. Cojo el pequeño ganchito y engancho el último extremo con el resto.

Vuelvo a mirarme en el espejo con aires minuciosos. Parezco la estupidez humana envuelta en tela. Agarro la peineta y ordeno un poco la rebeldía de mi pelo. Me pregunto si habrá vuelto.
Me asomo un poco desde el baño y miro hacia el pasillo. Aguzo el oído. Nada.
Con paso ligero me adentro en el armario, la puerta justo de enfrente al baño. Con plena desnudez, busco una camiseta blanca sin figuras, mi camisa negra con líneas grises y rojas y esos jeans añejos que se han adelgazado junto conmigo. Me visto con rapidez, sin embargo me preocupo de los detalles, la ropa no cae sobre mi, mis manos la amasan para que quede perfecta. Me miro en el espejo que tiene el walk-in-closet. Mi idea está funcionando.

Cruzo de nuevo el pequeño pasillo y vuelvo a adentrarme en el baño, todavía un poco húmedo. Abro la ventana para que el vapor de agua se escape junto con lo poco y nada que había en mi de femenino; abro el primer cajón de la izquierda y saco el gel que está casi nuevo, aún llevando un poco más de tres meses allí guardado. Unto mis dedos en la gelatina transparente y levemente perfumada, la esparzo por mis manos y la aplico en todo mi pelo. Agarro un par de mechones de los costados de mi cabeza y los jalo hacia abajo para que queden delante de mis orejas. Estiro hacia delante el pelo de mi frente para que la cubra, pero a la vez quede medio erizado. Giro mi cabeza un poco para mirar cómo va la obra de arte y sonrío. Mi nuca parece ser la espalda de un puerco espín furioso.

Retrocedo un poco para mirar qué ha sido de mi y mi transformación medio trash cien por ciento masculina. Inspecciono mi perfil, mi frente, mis ojos, mis labios, mi alma y su reacción. Sonrío con satisfacción. Soy un niñito sin un pelo indigno que estorbe.

Escucho sonidos provenientes de la cocina, mi corazón se acelera y dudo si aparecerme frente a ella o no. Observo mi pecho plano y mi entrepierna vacía. Sigo siendo yo, lo único que ha cambiado es que ya ni si quiera tengo una curvatura mínima a la altura de mi esternón.

-¿Dónde estás? –escucho su voz alzándose estruendosamente por sobre mi silencio.

-En el baño –contesto nerviosa hasta la médula.

-Traje sushi y gyosas que van a enfriarse si no sales de una vez –su voz me indica que sonríe, que se acerca.

-Voy en un minuto –paso una mano por mi rostro y me miro por última vez.

Inhalo con todo el valor que el oxígeno puede darme y abro la puerta. Doy un paso hacia delante, pero ella no está en el pasillo. Tampoco está en la habitación, lo que me da la ventaja de poder sacar un poco de perfume. Me acerco a las repisas junto a la cama y agarro la botella de Kenzo para hombre. Mi cuello se baña de un aroma cítrico exquisito, dejando una suave estela detrás de cada paso que doy hacia la cocina.

-Hola…–murmuro apoyada en el mesón, a sus espaldas.

-Traje de los California rolls, una porción de gyosas de pollo y también un… -se gira y queda muda de asombro. Deja de hablar automáticamente y los palillos que tenía en la mano caen al suelo provocando un sonido tan agudo que hace que las dos los miremos al mismo tiempo.

Ella vuelve a mirarme antes de que yo vuelva a su mirar. Con ambas manos en los bolsillos delanteros de mis jeans me acerco a ella un par de pasos, todavía estamos demasiado lejos como para escuchar nuestro pulso. Saco una mano del bolsillo correspondiente y me agacho para recoger los palillos, me enderezo nuevamente y se los extiendo. Reacciona lentamente para agarrarlos sin dejar de examinarme centímetro a centímetro.

-¿Qué te has…? –entrecierra los ojos y mira entre el segundo y cuatro botón de mi camisa. Abre un poco más los ojos y automáticamente mira la cremallera de mi pantalón. Suspira casi con alivio al darse cuenta que sigue habiendo aire entre los jeans y mi piel.

-California, gyosas y… ¿qué más? –busco su mirada y sonrío.

-¿Eh?

Camino un poco más hacia ella, beso su frente y mi nariz me indica que debo correr hacia las bolsas. Sé que ella sigue mirándome con incredulidad. Inspecciono la cena y me parece espectacular.

-Esto se ve delicioso, hacía meses que no comía sushi –me giro y le sonrío.

-Ajá...

-Si sigues sin parpadear, creo que tus ojos serán los próximos en caer al piso –bromeo suavemente y me acerco un poco más.

-Estás hecha un… –alza una mano con timidez.

-¿Niño? –cojo su mano y la dejo descansar sobre mi pecho. Su garganta exhala un ruidito extrañísimo-, si te molesta puedo ir a…

-No –su mano se pasea por todo mi torso con curiosidad-, ¿cómo lo hiciste?

-Tenía una venda de estas para los esguinces y, no sé, tuve un desliza para probar qué se siente –me encojo de hombros, desviando la mirada a causa de los nervios que me causa su proximidad.

-¿Y cómo se siente? –mira directo a mis ojos y me cuesta tragar.

-No hay mucha diferencia entre mi realidad y mi transformismo –le sonrío y sacude la cabeza, separándose.

-Si la hay.

-¿Y tú cómo sabes? –me mira con obviedad-, de acuerdo, no quiero volver a tocar el tema de mi desnudez contigo… ¿Sushi?

Estoy a punto de derretirme, pero mantengo la dignidad apoyándome sutilmente en el refrigerador. Me pregunto si ella recordará sus palabras de hace tantos años atrás, cuando la invité a bailar por primera vez en la universidad, a modo de broma con un anhelo escondido entre sílaba y sílaba.

Quizás si fueras niño, podríamos hasta pensar en más cosas que un baile. Suspiro y comienzo a llevar las cosas al living.

March 10, 2006

Dieci

Se me ha olvidado el gran y diminuto detalle de que ella no sabe que he vuelto a fumar. He tenido que correr por el departamento buscando ceniceros, papelitos, tapas de botella, envoltorios y todas esas cosas que alguna vez ocupé de cenicero en estas semanas. Esto fue mientras ella dormía enrollada sobre en sweater gris humo.

Lleva aquí una semana y ni si quiera ha caminado hacia el living. Su vida se ha reducido a la habitación y el baño. De la cocina y nuestras comidas me encargo yo, como ha sido siempre. No me extraña que no haya notado los múltiples vestigios de cenizas sobre el aparador del living, el suelo junto al ventanal, el mesón de la cocina y el lavaplatos. He fumado tanto. Pareciera que me hubiese fumado la melancolía terca que se estiraba cuan larga en la puerta de entrada, esperando ser arrollada por sus pisadas ligeras, contrapuestas a las mías lentas y silenciosas. Extrañaba esos movimientos poco preocupados dentro de cualquier espacio, esos ruidos innecesarios seguidos a pie juntillas de un susurrado “lo siento”, esas sonrisas de quien ha sido pero lo calla aunque no sepa ocultarlo con la mirada. Me había hecho falta todo su brillo, su peso, la saturación de sus colores en mi universo; pero ahora estaba aquí. O mejor dicho allí. En la habitación que la esperaba a gritos mojados, hecha un ovillo con ese sweater que le ha gustado desde siempre y que le queda tan largo de mangas como a mi tan cortos sus pantalones. Ese cuerpo pequeño, llego de curvas y pendientes se extravía dentro de mi ropa sin gracia, dándole ese aire de niñez que le hace falta a esta mente oxidada.

Lleva aquí una semana. Y una semana es justamente lo que llevan mis labios sin rozar el algodón del filtro de esos cigarrillos fuertes que guardo debajo de mis libros. Ella me sana el alma y la vida entera. Arrebata de mi esencia las manías destructivas, las magulladuras añejas y baña mi ser con una brisa perfumada de plata.

Amarla ya no es una afirmación. Ni si quiera es una acción consciente.
Los sentimientos que se guardan entre mi camisa y mi sangre son mi única verdad, atrofiada por el silencio. Ese silencio que es la única música cósmica existente que provoca un danzar de mi alma cuando ella aparece y me dice con una mano entre sus cabellos y la otra en su ojo derecho…

-¿Hace cuánto tiempo que me miras dormir…?

Todos los suspiros de aquí a veintiséis años atrás. Cada uno de los pensamientos bastardos de esta mente cúbica y circular que niega siempre ser su madre. Ese tiempo suspendido entre mi amor firme y tu turbadora ingenuidad.

Sonrío.

-Recién, nada más.

March 06, 2006

Nove

-¿Por qué nunca te desnudas frente a mi? –escucho su voz amortiguada por la madera de la puerta del baño.

-Nunca me desnudo frente a nadie –respondo mientras remuevo el vendaje para poder limpiar la herida que está visiblemente mucho mejor.

-¿Nunca?

-Nunca –humedezco una mota de algodón para remover el poco de sangre seca que se ha situado en los costados del corte.

-Imposible… -escucho movimientos lentos de roce contra la puerta. Sonrío porque sé que está acomodándose para tener una de esas charlas que solíamos tener a través de las puertas-, imposible.

-¿Por qué es imposible?

-Porque no eres virgen –me responde tan resueltamente que no puedo evitar reírme. Aunque no por mucho tiempo, pues mi corte provoca agudas espinas que atraviesan mi cuerpo de lado a lado.

-No me hagas reír, carajo –murmuro frunciendo el ceño, pero aún muy divertida con su respuesta.

-Lo lamento… Pero es que no me cabe en la cabeza que no te desnudes.

-Nadie me informó que mi desnudez al momento de tener sexo era fundamental e indispensable –digo con tonos airosos de diplomático imbécil.

-Entonces lo haces vestida –concluye después de unos minutos de silencio. Mis ojos se tornan blancos, suspiro y termino con la desinfección del corte. Vuelvo a enrollar a mí alrededor el vendaje por la parte opuesta, para que esté limpia la gasa que entra en contacto con mi piel.

-¿Tenemos que hablar de esto? –me acerco a la puerta y me apoyo contra ella, mirando el espejo enorme que me queda enfrente.

-Tú empezaste –susurra.

-¿Yo empecé? –parpadeo atónita-, si mal no recuerdo, yo no pregunté al aire por qué era que no me desnudaba.

-¿Te da vergüenza…?

Me miro de pies a cabeza en mi reflejo brillante de enfrente. Entrecierro los ojos observando cada centímetro de mi cuerpo, de esta piel blanca que mantengo con uñas y con dientes en verano. Me separo de la puerta y me enderezo. Observo el perfil de este metro setenta sin muchas ganas de seguir mirando. Muevo un brazo y noto como cada músculo tensa la superficie de mi ser.

-¿Sigues ahí? –su voz interrumpe mi introspección.

-Sí…

-¿Y bien?

-Yo qué sé, niña –cojo la camisa que había dejado sobre el retrete y me la pongo encima, abrochando dos botones al medio. Camino a la puerta y la abro. Ella se desliza hacia atrás y queda de espaldas en el piso, mirándome fijamente. La miro, todavía con una mano en el pomo de la puerta.

-Tienes un cuerpo espectacular –me dice observándome completa desde su visión submarina.

-No es verdad –camino hacia adelante con las piernas un poco más separadas la una de la otra para no aplastar su figura. Intento pensar rápidamente en alguna cosa superflua para evitar el sonrojo de mis mejillas.

-Te vi la noche que vendé tus costillas –dice con calma, poniéndose de pie. Me detengo un par de segundos en la puerta de la habitación, la miro de reojo- no podía vendarte con la ropa puesta, tu misma me ayudaste un poco.

-¿Sabes? –comienzo con un tono amargo- no recuerdo todo lo que hice hace cuatro noches atrás, para mí es una amalgama de recuerdos sin mucha forma. En un comienzo estaba aquí, en el living, después en la calle corriendo, después figuras tú llorando y finalmente una sensación de agotamiento insoportable se apodera de mi memoria. Pero a pesar de no saber muy bien nada de lo que pasó, tampoco creo querer saberlo…

Entro en la habitación y me acuesto lentamente sobre la cama. Abrazo la almohada con furia y cierro los ojos para evitar que se note mi angustia, esta pena que roe mis pulmones hasta fatigarme. Escucho sus pasos descalzos sobre la alfombra, sé que tiene una mano sobre su codo opuesto y que la mano de este brazo reposa sobre su muslo; no escucho nada más y me dan ganas de darme vuelta, de abrazarla y desnudarme frente a ella. Vuelvo a escuchar sus pies avanzando, rodeando la cama y la veo a contraluz, de pie frente a mí y atrás de ella el ventanal iluminado de manera incandescente. Se acerca a la cama, trepa en ella y se acomoda a mi lado, frente a frente, en la misma posición fetal en la que me encuentro yo. Está tan condenadamente cerca que su respiración empaña la mía, agita mi corazón y presiento que puede salir de mis labios un te amo estrepitoso.

-¿Confías en mi? –pregunta tan suavemente que a penas escucho su voz.

-Más que en nadie en esta vida… -murmuro de vuelta con el mismo volumen. Su mano se levanta lentamente y acaricia mi mejilla cubierta de cabellos rebeldes.

-Entonces dime por qué aún no te has desnudado con ninguna –sonríe con calidez y se apodera de mi mente, la modera a su voluntad y me hace hablar.

-Porque quiero encontrar a esa mujer que me inspire tal amor, tal confianza, que mi cuerpo deje de ser un estorbo y así poder descansar debajo de ella después de que hacer el amor… Sin que una fuerza mayor me obligue a levantarme y dejarla allí a la mañana siguiente, sin explicaciones… -murmuro pausadamente, sin tragar la poca saliva que hay en mi boca.

Sus ojos me miran fijos, cristalinos y vidriosos.
Pareciera decirme con ese mirar tan acertado que mi desnudez es virgen.
Y sí, lo es.

Cierro los ojos con sueño. Quizás ella debería cerrarlos también y olvidar todo lo que ha pasado durante estos cuatro días de volver a reunirnos. Olvidar todo lo que pasó antes, olvidarlo a él. Concentrarse solamente en que hemos estado viviendo juntas desde la universidad, sin interrupciones, sin rupturas absurdas.

March 01, 2006

Otto

Recuerdo sus manos delgadas y blancas sobre mi piel magullada. Tocó mi cuerpo como si fuera cristal, aunque yo sé que se parece más a un trozo de hierro literal y metafórico. No nos dijimos nada, ella por comodidad, yo porque si abría la boca las palabras que trotaban en mi garganta iban a apelotonarse y ninguna terminaría por salir. Miró mis ojos cuando sacó mi chaqueta sucia, tibia por la sangre que la había abrazado. Dejó de mirarnos, a mis ojos y a mi, cuando sintió un calor inminente en mi costado. Un calor pegajoso. Mi camisa era una masa azul oscura, muy oscura, amoratada, en todo mi costillar derecho. Sus manos me obligaron a sentarme sobre la cama, a media luz, a medio de todo. Que silencio. Que dolor si flexionaba mi cuerpo. Su mirada recorrió nerviosa, pálida, los botones de mi camisa.

-Puedo hacerlo yo… -le sonreí tranquila. Mi voz era otra, parecía una suspención.

Negó con la cabeza. Por un segundo creí que oiría su preciosa voz, mis oídos rugían por extrañarla. No me había dicho nada desde ese corroído “mejor me voy” que había pronunciado casi con disgusto la última vez que se sentó en mi living.
Se hincó entre mis piernas, sus codos apoyados entre mis muslos. Comenzó con los botones desde abajo, soltándolos tan lentamente como le permitía el temblor de mi cuerpo. Cerré los ojos cuando llegó al último, mi primer botón, el primero de todos, pero su último. Muy pocas veces me había dado la libertad de desnudarme en su presencia y ahora era ella quien me desnudaba. Sostuvo un breve suspiro en la punta de su nariz que simplemente me hacía delirar. Tragó visiblemente y abrió la camisa con todo el cuidado que podría nacerle desde los mismos pies.

Yo ya no podía más. El cuerpo se me escurría cama abajo y el alma se alzaba en dirección opuesta. Jamás me he desmayado en la vida y anoche no fue la primera vez. Me mantuve firme, nauseosa, al borde de la cama.

Gimió cuando vio el corte que adornaba mis costillas. Parpadeó con fuerza.

-Dime algo –le supliqué despacio. Ella arrastró la mirada desde la herida hasta mis ojos con aires de inspección.

-Creo que debería llevarte a la clínica, es grande.

-Pero no se siente profunda… -sonreí de medio lado, al fin su voz.

-El agua oxigenada, los algodones y esas cosas…

-Siguen en el mismo lugar de siempre –terminé su frase bajando la mirada.

Se quedó ahí un momento y se levantó. Caminó hasta el baño de la habitación, escuché que revolvía cosas y volvió a mí. Me pidió que me recostara de medio lado, pero que antes terminara de sacarme la camisa y la dejara en el piso. La sangre estaba seca, no mancharía nada. Miró mi cuerpo medio desnudo y miró el interruptor que modera la luz. Vaciló un poco antes de encenderla por completo. Volvió a mirarme y yo sé que no respiró. Se sentó detrás de mí y empapó una mota de algodón con agua oxigenada para limpiar el perímetro del corte. Todos los músculos de mi espalda y los intercostales, se contrajeron por el dolor y el frío. El reflejo me costó el doble de dolor.

No recuerdo muy bien cuánto tiempo estuve en esa posición, por cuántos minutos sus dedos impolutos rozaron mi piel. Sin embargo me dormí. Me dormí al cabo de unos minutos de saber con cada milímetro de mí que ella no se iría al terminar. Su mano fue la culpable de mi rendición frente a mi inconsciente; si bien si derecha se ocupaba de mi herida, la izquierda acariciaba con movimientos circulares mi cabello. Yo sabía que simplemente adoraba pasar su mano una y otra vez por este desorden de pelo corto que descansa sobre mi cabeza y que un par de veces había logrado hacer unas trenzas diminutas de no más de siete centímetros…

Con ese pensamiento sustancia en mi cabeza, caí en sueños.
Me dormí pensando que adoraba acariciar… me.